En la escuela nos enseñaron que la cantidad de agua en el planeta siempre es la misma que solo cambia de estado, de sólido a líquido y después a gaseoso pero al precipitarse vuelve a la tierra se infiltra en el subsuelo y el ciclo vuelve a iniciar, y aunque esto no ha cambiado, cada vez es más frecuente escuchar que “tenemos menos agua”.

En realidad, a lo que se refiere esta frase es que en el mundo hay menos disponibilidad de agua limpia y de calidad para consumo humano. Casi tres cuartas partes de la Tierra son agua, de éstas, el 97.5 por ciento está en los océanos y mares de agua salada, el restante es agua dulce, pero solo una pequeñísima parte está disponible para la humanidad y la mayoría está sucia.

Y para muestra un botón. En México, de acuerdo con la Comisión Nacional del Agua (Conagua),  el 70 por ciento de los cuerpos de agua presentan algún grado de contaminación, incluyendo metales pesados altamente tóxicos como el mercurio, plomo, cromo, cadmio y otros compuestos dañinos como el tolueno o el benceno.

Las principales razones de la polución de los afluentes son: las descargas municipales, lixiviados de los basureros (líquidos que se producen por la descomposición de la basura y que se filtran al suelo contaminando los acuíferos); y las aguas residuales de la agricultura, la minería y la industria, las cuales llegan a contener químicos peligrosos que nos ponen en riesgo a todos, sobre todo a la flora, fauna y comunidades aledañas.

Por desgracia, México tiene leyes laxas que permiten a la producción para marcas internacionales contaminar sin remordimientos. Mientras en la Unión Europea son miles los compuestos peligrosos que están reglamentados y algunos prohibidos, en la realidad mexicana cientos de sustancias tóxicas se vierten diariamente a los ríos por la irresponsabilidad de las empresas y solo una docena están regulados.

La contaminación tóxica del agua tiene un alto costo para la sociedad en su conjunto: entre más agua sea contaminada, más caro será potabilizarla para llevarla a las ciudades y atender los impactos en las comunidades y en el ambiente. Esto se traduce en altos costos de servicios de salud, pérdida de trabajo de pescadores, costos futuros de remediación y restauración y ausencia de turismo.

En 2011, Greenpeace inició la campaña Detox, con el objetivo de sumar a los líderes mundiales de la industria textil para que sean transparentes y digan a sus consumidores qué sustancias utilizan en la producción de sus prendas y se comprometan a dejar de utilizar aquellas que resultan peligrosas.

Desde entonces 20 marcas globales de la moda se han unido a este movimiento, pero algunas como Adidas y Nike poco han hecho para lograr un futuro libre de tóxicos para las generaciones venideras y ante su insistencia de seguir produciendo con sustancias peligrosas continúan alimentando un círculo  vicioso que disminuye aún más la disponibilidad del agua.

El problema se agrava porque algunos de los químicos peligrosos, empleados para la producción de textiles, llegan al agua y por sus características pueden acumularse en los seres vivos y llegar a la cadena alimenticia, por ejemplo, a través del pescado.

Es preciso que juntos formemos un solo equipo, la #SelecciónDetox y pidamos a empresas como Adidas que cumplan con sus compromisos para desintoxicar sus cadenas de producción y mantener limpio el deporte.