Desde el pasado 24 de noviembre, en los estados de Chihuahua, Jalisco, Aguascalientes, Veracruz, Hidalgo, Puebla, Guanajuato y el D.F., los activistas salimos a la calle para regalar semillas de maíz nativo y alertar a los mexicanos sobre la intención de las compañías Monsanto, Pioneer y Dow Agroscience, de comenzar a vender su maíz transgénico en los estados de Sinaloa y Tamaulipas. La comercialización de maíz transgénico en nuestro territorio significa un riesgo inminente de contaminación para nuestros cultivos de maíz nativo y para nuestra red alimentaria.

A la jornada se han sumado organizaciones civiles de los estados, ciudadanos de a pie y artistas como Angélica Aragón, Bruno Bichir, Diana Bracho , Fernando Rivera Calderón, Gabriela de la Garza, Julieta Egurrola, Moyenei Valdés , Roco Pachukote y Vanessa Bauche, quienes han sido fuertes defensores del maíz nativo mexicano. Hasta hoy, más de 33 mil mexicanos enviamos cartas al expresidente Felipe Calderón para exigirle la prohibición del maíz genéticamente modificado. Ahora, con el cambio de Administración, llamamos a Enrique Peña Nieto a que respete nuestro derecho a una alimentación, saludable y libre de transgénicos.

El maíz es el tesoro de los mexicanos por toda la riqueza que representa: cultural, social, histórica, económica y culinaria. Es un bien común, herencia de los indígenas y campesinos, quienes durante miles de años lo han diversificado y adaptado a diferentes condiciones climáticas y agronómicas. Ello nos ha brindado la posibilidad de sembrar maíz en cualquier parte del territorio mexicano y obtener una gran variedad de maíces de distintos colores y sabores que enriquecen nuestra cocina mexicana y fortalecen nuestra alimentación.

Toda esta riqueza podría perderse al poner en manos de las empresas de transgénicos la producción de este invaluable grano: al canjear nuestro abanico de maíces nativos por el maíz transgénico -que produce insecticida y que fue creado para resistir grandes cantidades de herbicida-, los campesinos tendrían que pagar regalías a las empresas en cada periodo de siembra y dejarían de ser dueños de las semillas.

Para alimentar a la población no hacen falta semillas transgénicas, hace falta voluntad política para apoyar el desarrollo del campo mexicano, con sistemas de riego, con un uso eficiente de energía, canales de comercialización e incentivos para conservar el maíz nativo y convencional mexicano libre de transgénicos.

Los mexicanos no queremos transgénicos en nuestras tortillas, tamales, atoles, ni en ningún alimento. No queremos ser el laboratorio de Monsanto y compañía. Los países que tienen su base alimentaria en el trigo y el arroz -como naciones de la Unión Europea y China-, se han opuesto rotundamente a que se manipulen genéticamente sus cultivos. A los mexicanos nos toca hacer lo propio. En guardia, ¡defendamos nuestro maíz!