Papeleras: Otro año perdido.

Noticia - 10 septiembre, 2007
Nota de opinión de Paula Brufman, coordinadora de la campaña contra la Contaminación, publicada en el diario La Nación.

Desde su rompehielos en el Río Uruguay, Greenpeace reclamó el inicio del diálogo y la adopción de un plan de producción limpia

Un año atrás, Greenpeace presentó un informe en el que advirtió sobre el avance de la industria de la pulpa en la región y el estado de situación lamentable de las pasteras argentinas. En ese momento, el reclamo de Greenpeace al gobierno de Tabaré Vázquez y al de Néstor Kirchner se refería a la adopción de un plan que diera respuestas a los problemas ambientales generados por las plantas de celulosa existentes y a los futuros problemas que causarían las que comenzaban a construirse.

Un año después, queda demostrado que el diagnóstico de situación que hicimos era y sigue siendo acertado, con la particularidad de que ni el gobierno uruguayo se ha hecho eco de nuestras demandas, ni el gobierno argentino ha dejado de actuar con notable hipocresía y doble discurso, exigiéndole al país vecino garantías respecto de Botnia que no son cumplidas por ninguna papelera en nuestro país. Dicho esto, cabe mencionar el Plan de Reconversión Industrial de la Celulosa y el Papel, lanzado a principios de 2007 por la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, a cargo de la Dra. Romina Picolotti.

El programa, si bien contempla adecuadamente una cantidad de aspectos que en esta industria deben ser corregidos, es un plan de participación voluntaria para las empresas, y sus lineamientos son demasiado laxos para una problemática que ha demostrado ser lo suficientemente seria como para merecer un compromiso exigente y responsable, tanto por parte del Estado como por parte de las empresas.

La industria de la celulosa en la región está manifestando un crecimiento sin precedente. La favorable tasa de crecimiento de la materia prima (plantaciones de pinos o eucaliptos), los bajos costos laborales, las exenciones impositivas y la debilidad de las leyes ambientales han creado el micro clima propicio para el desarrollo de esta industria en Brasil, Uruguay, Chile y en menor escala, la Argentina.

Botnia y Ence fueron las dos primeras empresas en materializar esta escalada, con una producción estimada en el doble de la producción total de todas las papeleras argentinas. Pero no serán las últimas en llegar. A la iniciativa de la empresa sueco-finlandesa Stora-Enso, se suma ahora Portucel, de capitales portugueses, que ya ha comprometido frente a las autoridades uruguayas 1500 millones de dólares de inversión, superando en 300 millones la inversión de Botnia.

Para hacer frente a este escenario y evitar serias reacciones locales en relación a las diversas consecuencias que la instalación de este tipo de industria genera, es necesario contar con criterios ambientales ambiciosos. Dichos criterios no son sostenidos ni implementados hoy por ningún país de la región. Es más, la realidad ambiental y social de las plantas celulósicas que operan en la Argentina (al igual que en Uruguay, Chile o Brasil) no observa las mínimas precauciones que se tomarían en cualquier otro país del Norte.

Claros ejemplos de lo que se menciona en el párrafo anterior son los constantes y preocupantes sucesos que tienen lugar en Botnia, una pastera que se jacta de contar con la mejor tecnología disponible y de cumplir con las más altas exigencias en términos ambientales pero que, aún antes de entrar en pleno funcionamiento, registra incidentes y accidentes difíciles de soslayar. No menos preocupantes son los acontecimientos que suceden a las pasteras argentinas. Un breve repaso del comportamiento ambiental de Papelera Tucumán, Ledesma, Papelera del NOA, Benfide (Pastas Celulósicas Puerto Piray) y Celulosa Argentina entre otras empresas, da cuenta de la dura realidad que existe en términos de contaminación, salud y problemas sociales alrededor de esta actividad productiva.

Uruguay y la Argentina son países en los que la explosión celulósica está ocurriendo. Para enfrentar responsablemente el crecimiento de este tipo de industrias, Greenpeace exige a los gobiernos de nuestros países a comprometerse con medidas claras, orientadas a garantizar la producción limpia para evitar (no monitorear) la contaminación, por medio de:

1- La eliminación del cloro en el proceso de blanqueo.

2- La eliminación progresiva de los efluentes, logrando un ciclo cerrado de efluentes.

3- El aumento en el porcentaje del papel que es reciclado y del papel posconsumo en lugar de utilizar fibras vírgenes.

4- La explotación sostenible de los recursos forestales, promoviendo la certificación forestal FSC.

5- El establecimiento de líneas de crédito blandas para la reconversión tecnológica del sector.

6- La participación de las OSC en los procesos de aprobación de proyectos celulósicos y profundo estudio de los impactos sociales y ambientales.

Solamente con estas medidas implementadas en la región obtendremos una perspectiva social y ambientalmente correcta del funcionamiento de una industria que crece, por ahora sin control

Publicada en La Nación.