Capítulo 11: Ecología, el camino que los economistas temen elegir
En 1992, los funcionarios del Banco Mundial le entregaron al renombrado economista Herman Daly un borrador de su "Informe sobre el Desarrollo Sostenible" para que lo revisara. Daly había escrito el libro "Steady-State Economics" en 1977 proponiendo que los economistas consideraran las necesidades ecológicas.
Desde siempre, los economistas suponen un ciclo continuo de producción y consumo que puede crecer indefinidamente, sin tomar en cuenta el medio ambiente. Sin embargo, todo lo que sucede en el mundo real -la contaminación, el calentamiento global, el agotamiento de las poblaciones de peces- dejaron al descubierto esta falacia, y el Banco Mundial dio un paso audaz en su informe al modificar el diagrama habitual de los ciclos económicos.
Añadió dos flechas, una que ingresa al ciclo económico denominada "materias primas" y otra que sale llamada "producción". Daly sugirió que el Banco ilustre el origen de las materias primas y el destino de la producción, nuestra basura y contaminación, en un círculo dentro del diagrama que denominaría "ecosistema".
Los directivos del Banco Mundial analizaron la sugerencia, pero resultó que los banqueros eliminaron por completo el diagrama en el informe final. Aparentemente, el reconocer la existencia del ecosistema resultó demasiado inquietante para las brillantes mentes que están en el pináculo de la economía mundial.
El error de los economistas
Los orígenes de la recesión internacional actual pueden rastrearse hasta los engaños y descuidos cometidos por banqueros y comerciantes, pero también hasta las suposiciones erróneas de los economistas profesionales. Los gobiernos están despilfarrando billones de dólares de los fondos públicos para salvar a los bancos, pero a menos que los economistas cambien sus ilusiones por el realismo ecológico, no lo van a lograr.
El pasar por alto la naturaleza ha sido el error fundamental de los economistas clásicos. La naturaleza no figura dentro del balance general de ninguna empresa, de modo que cuando un bosque desaparece o los ríos mueren debido a la contaminación, nadie lleva la cuenta de los activos perdidos.
Los economistas suponían que la naturaleza proporcionaría recursos gratuitos y ocultaría indefinidamente los desechos y la contaminación. Fue un error craso.
Por ejemplo, la teoría económica clásica supone que el aumento de precios siempre estimula la producción, pero esto sólo funciona cuando los recursos son infinitos. El verano pasado, cuando los precios del petróleo se dispararon, Estados Unidos instó a Arabia Saudita a producir más petróleo, pero ésta no pudo hacerlo debido a que sus campos petroleros se están agotando. Alguien podría ofrecer un millón de dólares por un pato del Labrador, una codorniz de Nueva Zelanda o un tigre de Bali, pero ninguna cantidad de dinero podrá comprar un animal extinto.
Muchos economistas todavía se aferran a una visión invertida del mundo, que el medio ambiente es una división de la economía. A nuestros viejos hábitos les colgamos la etiqueta "verde" como una nueva estrategia de ventas. De hecho sucede lo contrario: la economía humana es subsidiaria de la ecología de la Tierra.
Mientras la economía humana mantuvo una dimensión pequeña en comparación con la abundancia de la naturaleza, estas ilusiones pudieron perpetuarse, pero la empresa humana ha alcanzado las dimensiones del planeta. La recesión internacional actual se distingue de los desplomes anteriores en que ya no hay un enorme fondo de recursos sin explotar ni nuevos continentes que saquear ni nuevos océanos que agotar.
Esas fastidiosas leyes de la naturaleza
Muchos economistas no tomaron clases de biología y física, o simplemente supusieron que podían dejar de lado las leyes naturales. Los principios fundamentales que rigen la materia y la energía de un ecosistema radican en las tres leyes del intercambio de energía, denominado "termodinámica". Si los economistas o los ecologistas, desean hablar de "sostenibilidad", deben entender las exigencias de la naturaleza.
Lo que la humanidad ha observado es que en nuestro mundo la materia y la energía no pueden crearse, sólo transformarse. Ésta es la primera ley: no hay materia nueva. Nuestro trabajo no permite crear materia y energía, pero sí transformarlas. Muy bien, pero es la segunda ley la que irrita a los economistas clásicos.
Cuando la energía se transforma, es decir, cuando te comes una dona y conviertes los carbohidratos en azúcares y proteínas, la energía se disipa. La energía disipada no puede reciclarse como los periódicos o la composta. Esta disipación de la utilidad de la energía, los físicos la llaman "entropía". Los cuerpos trabajan incesantemente en la reparación de las paredes celulares, en la lucha contra las enfermedades, en la búsqueda de nutrientes, y la energía utilizada desaparece.
La tercera ley dice que si no hay entrada de energía, la organización se viene abajo. El salmón, el ruiseñor y la civilización humana deben procurar constantemente más energía de la que gastan en la búsqueda o perecerán. Es debido a estas leyes físicas que todo lo que crece en la naturaleza, ya sea una colonia de mejillones en la costa, una población humana o un cuatro por ciento de crecimiento económico, exigen un procesamiento constante de materia y energía, pero como estos recursos son finitos, el crecimiento tiene sólo dos posibilidades: el equilibrio ecológico o el desplome.
¿Y qué hay de la tecnología?
Los economistas clásicos supusieron que los seres humanos podrían contravenir las leyes biológicas y naturales inventando nuevas tecnologías que aumentaran la eficiencia. El presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, declaró en 1985: "No hay grandes restricciones para el crecimiento cuando hombres y mujeres son libres para ir tras sus sueños".
Este proverbio inspirador fue un desplante neoconservador ante cualquier intento de hablar de límites ambientales. El antiambientalista danés, Bjorn Lomborg, lo simplificó: "La inteligencia valdrá más que cualquier uso adicional de recursos". Sueños. Ideas. Inteligencia. Se supone que estas facultades de la imaginación humana superarán los límites de la física y la biología, pero la historia humana presenta una historia distinta.
La tecnología puede contribuir a la eficiencia, pero todas las eficiencias técnicas logradas a lo largo de la historia han producido un mayor consumo de energía y recursos, no menor. Cuando en el siglo 19 los industrialistas británicos descubrieron que las fábricas podían surtir a sus clientes con sólo dos días de producción a la semana, no se fueron a pescar ni dedicaron más tiempo a sus hijos, sino que buscaron la manera de convencer a las personas de que necesitaban más productos. Los fabricantes de autos modernos inventaron la "obsolescencia planeada" desde los años 50, para garantizar que sus productos se volvieran anticuados a fin de que las fábricas pudieran producir y vender más.
La gente alguna vez pensó que las computadoras ahorrarían papel, pero esto nunca sucedió. El consumo de papel aumentó de 50 millones de toneladas métricas al año en 1950, a 250 millones de toneladas actualmente. En ese periodo, las computadoras han provocado un mayor gasto de papel y el consumo por persona se duplicó. Mientras tanto, desaparecen 12 millones de hectáreas de bosque al día.
La Internet no es el lugar de ensueño donde las ideas se intercambian "gratis". Las computadoras necesitan cobre, silicio, sustancias químicas industriales, petróleo y enormes suministros de energía para que funcionen las redes de los servidores. A medida que los usuarios adquieren mejores equipos, los aparatos "antiguos" se acumulan en pilas de basura tóxica.
La ciencia humana sabe que ninguna tecnología sirve para hacer crecer poblaciones y economías sin utilizar más materia y energía. La tecnología, de hecho, no crea recursos ni energía, los utiliza. En todas las naciones industrializadas del mundo, el consumo de energía y materias primas aumenta, no disminuye.
No es posible sustituir lo real
Otra falacia económica afirma que el dinero es el "sustituto casi perfecto" de los recursos. Si se nos acaba la madera, el capital producirá plástico, si se nos acaba el petróleo, invertiremos en biocombustibles. No obstante, cuando los agricultores modificaron los campos de maíz para producir biocombustible, los precios de los alimentos se fueron a las nubes en todo el mundo y la ONU no pudo ni siquiera alcanzar sus objetivos mínimos de alimentar a 880,000,000 millones de personas que mueren de hambre en ambientes degradados. Los biocombustibles no podrán jamás suplir las existencias de petróleo de la tierra que hemos saqueado.
En octubre, después de varias décadas de negar que la producción de petróleo alcanzaría su punto máximo, la Agencia Internacional de Energía anunció que los 800 campos petroleros más grandes del mundo se encontraban en "franco agotamiento" y que el suministro de energía mundial era "evidentemente insostenible". Este anunció se da ahora que las evidencias son irrefutables, pero los geólogos advirtieron desde 1950 que debíamos hacer planes para cuando se acabara el petróleo.
Por siglos, los seres humanos aumentaron la explotación de los océanos mediante botes más rápidos y tecnología más avanzada. A medida que las existencias pesqueras se agotaron, las flotillas pesqueras modernas se movieron hacia eslabones inferiores de la cadena alimenticia y se dedicaron a recoger peces más pequeños, incluso fitoplancton.
En 1900, la costa del Atlántico del Norte constituía el hábitat y sostén de 10 a 15 toneladas de pesca comercial por kilómetro cuadrado. Ahora la cifra es inferior a 1.5 toneladas, una reducción del 90 por ciento en la productividad del océano. Las existencias de bacalao cayeron estruendosamente un 99 por ciento, provocando el desplome económico de las comunidades costeras de Islandia, el Reino Unido, Canadá y Estados Unidos. Podemos construir barcos más grandes, pero ninguna nueva tecnología puede ayudarnos a pescar los peces que ya no existen.
Los economistas clásicos no vieron el advenimiento de estos cambios a pesar de las numerosas advertencias, porque tenían fe ciega en que el "capital" encontraría siempre la manera de sustituir los recursos agotados. Pero al final, el capital empieza con los recursos naturales y la economía necesita un medio ambiente.
La alternativa real
Se considera que la actividad económica o Producto Interno Bruto (PIB) es un medidor del bienestar, pero el PIB no distingue los beneficios de los costos. Limpiar un río contaminado, por ejemplo, representa un costo, no un beneficio. Permanecer estancado en el tráfico quemando gasolina, aumenta el PIB, pero no equivale de ninguna manera a un beneficio o bienestar.
El crecimiento tampoco "se derrama" para aliviar la pobreza. Hace 20 años, el 2.2 por ciento del crecimiento mundial llegó hasta quienes vivían por debajo de la línea de pobreza del Banco Mundial. Hoy, menos del 0.5 por ciento del crecimiento mundial beneficia a quienes viven en ella. La mayor parte del crecimiento económico, el 99.5 por ciento, enriquece a los ricos y consume los recursos de las naciones más pobres.
En esta ocasión, no vamos a recuperarnos de la recesión mundial consumiendo más recursos y energía. El crecimiento no puede resolver los problemas creados por el crecimiento. Los teóricos de la economía deben volver los ojos hacia la Tierra.
Los economistas tal vez le teman a la ecología como a un bosque oscuro donde los monstruos devoran las teorías cuidadosamente elaboradas. En realidad ni se imaginan que el medio ambiente es nuestra salvación. La economía humana debe cambiar porque en el siglo 21 las actividades humanas han alcanzado el nivel del abasto de recursos materiales de la Tierra, la "capacidad de mantenimiento". El capital y la tecnología no pueden aumentar dicha capacidad, como alguna vez lo creyeron los economistas, sino solamente encontrar nuevas maneras de consumir más allá de dicha capacidad.
La alternativa a la bancarrota del capitalismo no es el socialismo, sino la economía ecológica. Muy pocos políticos poseen la visión o el valor de transmitir el mensaje de que el crecimiento económico es limitado, así que esa labor le corresponde a economistas de mucha visión, como Herman Daly, autor de Steady-State Economics. Charles Hall, de la Universidad Estatal de Nueva York, ha creado una serie de conferencias sobre "economía biofísica."
Hazel Henderson ha sido uno de los primeros en promover los "Indicadores de la calidad de vida" como sustituto del PIB. Son dichas iniciativas y no el sacar de apuros a los banqueros, lo que anuncia el futuro de la economía humana.
En el siglo 21, a medida que nos damos un festín con las bondades de la naturaleza, la Tierra se acerca a nuestra mesa y dice: "Qué tal, voy a ser su anfitriona en este siglo. Disfruten su comida. Lo siento, pero debido a las multitudes, algunos alimentos apreciados están restringidos".