Si te decimos la palabra huerta seguro piensas en un espacio grande con mucho verde o en varias hectáreas de campo donde plantar y cosechar frutas y verduras. Y quizás también crees que, si vives en una ciudad, jamás podrás tener una huerta. Bueno, la verdad es que es posible construir una huerta en tu casa vivas donde vivas. En esta nota te dejamos diez motivos por los que es necesario que tengas una huerta en tu hogar. ¡Sigue leyendo!

1. Fomentamos la vida al aire libre.

En la lucha contra el sedentarismo, es un motivador para el relax ya que permite apreciar el silencio, al trabajar la tierra concentrados en nuestra actividad. En el huerto se viven momentos tranquilos y esto ayuda a tener paciencia para lo que vamos a obtener más adelante. No hace falta que tengas un gran espacio, puedes simplemente colocar algunas macetas en el balcón o en un espacio de tu hogar que tenga abundante luz.

2. Consumo local.

Este tipo de cultivo urbano evita todo tipo de transporte de alimentos y fomenta el canal corto producción-consumo. Al ser productos recién cosechados, la calidad culinaria y nutritiva es óptima. Además, dinamiza la economía local a través de ferias y mercados de proximidad. Se crea un contacto directo entre el productor y el consumidor evitando los gastos de intermediación, transporte y logística.

3. Cuidado del medio ambiente

El transporte kilométrico de alimentos desde el lugar de producción al de consumo, incrementa la emisión de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera, aumentando además los costos de conservación, almacenamiento y distribución. Esto genera una mayor huella de carbono. Con la huerta urbana podemos ayudar a “enfriar” el planeta.

4. Alimentación saludable.

Los productos de la huerta aportan todos los nutrientes principales (vitaminas, minerales, hidratos de carbono, proteínas y agua), y la fuerza que cada persona necesita para mantenerse sana. Esto permite tener una mejor calidad de vida para todas las edades. Además producir nuestro propio alimento permite cosechar las hortalizas en su punto justo: frutos jugosos, sabor característico y cantidad de vitaminas y minerales en estado óptimo, conocer su procedencia y saber que no contiene agroquímicos porque no los aplicamos.

5. Educación alimentaria

Si los niños cultivan sus propias hortalizas y ven cómo crecen y se desarrollan, es probable que empiecen a consumirlas. Semillas grandes que germinan rápido como las habas o el maíz dulce (menos de 1 semana) o pequeñas de ciclo corto y de rápida cosecha, como el rabanito en 35 días y la lechuga en 45, colaboran en mantenerlos interesados en esta “magia de la naturaleza” en la cual ellos participan.

6. Revitalización de la comunidad.

Espacios con lotes abandonados o sin uso en el tejido urbano se pueden reconvertir en unidades de producción comunitaria para afianzar los lazos sociales de la comunidad y darle valor paisajístico a esos lugares.

7. Ahorro económico.

En zonas de alto nivel de pobreza es fundamental para lograr el autoabastecimiento de hortalizas para el grupo familiar. La idea es utilizar los insumos que nosotros podemos fabricar. Por ejemplo, elaboración del compost –aprovechando los restos de frutas, verduras, yerba, café, cáscaras, etc.– para enriquecer de materia orgánica el suelo o sustrato de nuestro jardín comestible; elaboración de remedios caseros por si aparecen plagas o enfermedades; multiplicación de aromáticas, medicinales y florales para darle biodiversidad a nuestro jardín; y cosechar nuestra propia semilla para no tener que gastar en este insumo.

8. Seguridad alimentaria.

El jardín comestible, al formar parte de la alimentación de nuestra familia, aporta a la seguridad alimentaria y fomenta la capacidad de autoabastecimiento, primero de la unidad familiar, luego de la localidad y por último de la nación, mediante el control del proceso productivo, de manera autónoma.

9. Conocer el origen de nuestros alimentos.

Al tener en claro el proceso que permitió obtener nuestro alimento y por lo tanto la calidad real de los productos, podemos decir que “sabemos lo que estamos comiendo”. Es una alimentación saludable principalmente porque evitamos el uso a gran escala de agroquímicos tóxicos y potencialmente nocivos para nuestra salud y el medio ambiente.

10. Mantenernos activos.

Es una forma de bajar el ritmo cotidiano sin dejar de estar activos. Trabajar en nuestro jardín comestible nos mantiene en movimiento, fortalece los músculos, ayuda a reducir el estrés y relaja. Esta actividad permite “gastar” entre 200 y 300 kcal por hora, casi tanto como andar en bicicleta. Es terapéutico y recreativo para adultos mayores. Sembrar, cuidar y cosechar permiten ver el fruto del trabajo y mejorar la autoestima.

¿Qué te pareció la nota? ¿Vas a comenzar con tu huerta orgánica? ¿Ya tienes una? ¡Cuéntanos!

También te puede interesar:APRENDE A RECICLAR CON ESTOS CONSEJOS

 Fuente: Clarin.com