Bryan Contreras es un voluntario de Valparaíso – Chile -que por primera vez tuvo la experiencia de ser tripulante a bordo de unos de los barcos insignia de Greenpeace, el Arctic Sunrise. En un viaje desde el sur de Chile hasta México las sensaciones son inmensas y Bryan comparte en este relato en primera persona sus sensaciones, aprendizajes ya agradecimiento.

La vida a bordo es punto a parte, te embarcas y tu vida en tierra queda en espera, como en pausa hasta que toca volver, o al menos así los siento ahora, embarcado en esta aventura en la que jamás pensé estar, nunca pensé vivir, ni compartir. Pero empecemos por donde se debe, por el comienzo. Greenpeace Internacional lanza la nueva campaña que busca crear un santuario marino

antártico, el área marina protegida más grande jamás creada y como parte de los esfuerzos de la organización para conseguir este objetivo, es decir, de todos nosotros y los miles de socios y adherentes en todo el mundo, el MY Arctic Sunrise define su curso hacia el continente blanco, del cual Chile es puerta de entrada.

La emoción y excitación se apoderó de los voluntarios y de todo Greenpeace Chile, comenzó a correr el rumor de que quizá conoceríamos la tercer y última nave de nuestra organización que a la mayoría nos faltaba por conocer, la misma que lideró la campaña de Ártico y fue retenida por el gobierno ruso junto a 30 de nuestros compañeros por meses, en el caso de ellos, en una cárcel. Si bien cada barco y la organización desde sus orígenes emite cierta mística y espiritualidad que con toda seguridad todos nosotros en Greenpeace podemos sentir y experimentar, para mi, este, el Arctic Sunrise siempre fue el barco a través del que mejor recibí esta aura de valentía, paz y acción. Claro que nunca me imaginé lo que pasaría después.

Los rumores se confirmaron, una vez terminadas las actividades de documentación en la Antártica, el barco de bandera holandesa se quedaría por otras dos semanas en el país, en Magallanes, apoyando la campaña de Greenpeace Chile que busca proteger los mares de la Patagonia y limitar la expansión de la industria salmonicultora en dicha región. Como esperábamos, voluntarios de Chile viajarían a la región para apoyar las actividades de difusión y Barco Abierto que estaban previstas para Punta Arenas y Puerto Natales, en conjunto con el equipo de voluntarios local. En el intermedio y aportas de comenzar a preparar todo para el viaje a la región austral, un correo electrónico nos advierte de que se abrieron cupos para embarcarse como voluntario durante la estadía del buque en Chile y el posterior tránsito de un mes hacia México, esta posibilidad me produjo euforia y luego de pensarlo un poco decidí postular. Así sin más y a solo días de emprender el viaje que ya estaba previsto, recibo la confirmación de que me embarcaría como marinero de cubierta el 12 de abril en Punta Arenas.

Así sin darme cuenta, era un tripulante más del barco de Greenpeace que estaría navegando por la Patagonia, defendiendo los mares del fin del mundo, rodeado de la fuente de energía que alimenta el espíritu de esta organización, las maravillas de la naturaleza presentes entre los fiordos y todas aquellas personas que integran e integramos Greenpeace.

Era un desafío y como tal debía estar a la altura, a la altura de la tripulación del barco, de quienes serían mis pares marineros, personas de diferentes nacionalidades, muy capaces y profesionales en su trabajo y de quienes he aprendido un montón. Pero también a la altura de las voluntarias y voluntarios que también hubiesen estado felices de estar acá, pero que por distintas razones no pudieron, en cierta forma, me siento con la responsabilidad de

representarlos, a ellas y a ellos, de la mejor manera posible. También a la altura de mi familia, quienes como la oficina chilena de Greenpeace, me brindaron todo el apoyo que necesitaba para embarcarme en esta verde aventura. ¡Wow! es que desde Hualcapo, un pequeño pueblito rural al norte de Santiago, en la región de Valparaíso a cruzar el océano Pacífico a bordo de uno de los buques insignia de la organización, sí que necesitaba el apoyo de todo ellos para irme de casa por algunos meses hacia este este verdeazulado viaje.

Llegó el día, junto a algunos amigos voluntarios, voluntarias y la coordinadora de voluntarios tomamos el vuelo hacia la capital de la región de Magallanes y Antártica chilena, donde un casco y un chaleco salvavidas me esperaba. Allá nos reunimos con parte del equipo de

Greenpeace Andino a cargo de la campaña y juntos, abordamos la nave. Por dos semanas estuvimos recorriendo las maravillas de la Patagonia, las aguas más prístinas del mundo, el hogar de innumerables especies de flora y fauna, de cetáceos y peces, del delfín chileno y ballenas jorobadas, recorriendo los lugares donde se pretenden instalar jaulas de crianza de salmones, que amenazan la estabilidad ecológica de ese ecosistema. Durante esas dos semanas conviviendo y trabajando junto al equipo de campaña y también voluntarios de Argentina, creo que logramos consolidar lazos, vínculos casi familiares que veníamos forjando desde hace años y otros que comenzamos a forjar allí. Me siento agradecido de la presencia de ellos durante ese tiempo, pues para mi era un contexto totalmente nuevo, estaba fuera de mi zona de confort, conociendo gente nueva y aprendiendo constantemente, estar con amigos a bordo me daba el soporte que necesaria en este proceso de adaptación.

Luego los extrañaría y sí que lo hice, aún lo hago. También a las voluntarias y voluntarios que viajaron desde Valparaíso, Santiago, Concepción, Temuco y también desde el equipo local en Punta Arenas, desde donde recibí un especial regalo, ¡gracias!. Valparaíso… mi propio equipo local, desde donde recibo toda esa energía, que desde el puerto llega hasta acá, donde estamos ahora, frente a las costas de México.

Allí comenzó un proceso de aprendizaje continuo, de adaptación al lenguaje náutico y de familiarización con todo a bordo. Pronto llegaría el momento en que sería tripulación de uno de los botes del barco, cuya labor consiste en asistir al conductor y ayudar en las maniobras de Launching y Pick up, que no es más que bajar e izar los botes desde y hacia cubierta, es todo un procedimiento. La experiencia se repetiría.

Aquellas dos semanas terminaron, el equipo chileno-argentino desembarcó y las y los voluntarias y voluntarios regresaron a sus ciudades y nosotros comenzábamos un largo tránsito entre la región más austral del mundo y Ensenada, el último puerto del país azteca antes de la frontera con Estados Unidos. Pero recibí una gran noticia, una voluntaria más se embarcaría, una amiga, a quien pude conocer un par de años atrás durante una actividad en Buenos Aires. Sol sería mi cómplice trabajando a bordo.

Desde Puerto Natales comenzamos a navegar en dirección al norte, aún protegidos entre los canales y fiordos patagonicos, el frío se sentía y el paisaje sobrecogía. Nos acercábamos al Golfo de Penas, el que no se caracteriza especialmente por se un paso tranquilo y por donde saldríamos a mar abierto. Como esperábamos, el golfo nos recibió con muy mal tiempo, convirtiendo el barco en una lavadora con nosotros en ella, el mareo no tardó en llegar y la productividad se redujo al mínimo, era imposible mantenerse en pie sin sentir el malestar que caracteriza este mal, muchos pasamos el día en nuestras cabinas, esperando que mejorara. Si bien la situación no fue a peor, de todos modos me costó varios días en dejar de sentir malestar por el constante y a veces vertiginoso movimiento, tardó, pero nos acostumbramos.

Continuamos el tránsito, subiendo de grado en grado por el globo terráqueo hacia el hemisferio norte, varios días fueron necesarios para dejar Chile, ¡que país tan largo!. El siguiente hito sería el ecuador, algo muy importante para quienes no lo habíamos cruzado antes en calidad de marineros, pues para atravesarlo debes ser autorizado por el mismo Neptuno. Al fin cruzamos la línea imaginaria que divide el hemisferio norte del sur, para la ocasión, el capitán nos reunió en el puente de mando y juntos esperamos el momento, ¡cual año nuevo!. A los 0º el capitán hace sonar la bocina del barco y festejamos el paso. Al fin de semana seguía la fiesta de Neptuno.

Desde el término de la campaña en Chile, el trabajo a bordo fue más bien rutinario, lo que no significa aburrido ni relajado, en un barco hay muchas cosas que hacer y no hay tiempo para perder. Fue el momento de los entrenamientos de botes, sería mi turno de conducir uno y así lo hice, pero la experiencia resultó enfatizada por la visita de una decena de delfines, estos a los que llaman ballena piloto, se acercaron a nuestro bote, nos rodeaban y pasaban debajo nuestro, a ratos se sumergían, pero pronto volvían a respirar cerca nuestro, sin duda, una vivencia que marca de por vida. Así como las veladas de fin de semana en cubierta, con amigos, con música, con la vía láctea en todo su esplendor, surcada de tanto en tanto por algunos cometas. Pero las veladas y tendidas conversaciones de fin de semana bajo el firmamento tenían fecha de caducidad, pues pronto, tres de nosotros, pasaríamos a las guardias, períodos de cuatro horas cada uno, en los que durante el día debemos estar disponibles en caso de que nos necesitaran, siempre comunicados a través de radio, durante la noche, acompañamos a un oficial en el puente de mando y realizamos rondas de seguridad cada hora. Por lo tanto, ahora el tiempo libre era exclusivamente para dormir y descansar, no mucho más.

Hoy, 29 de Mayo, ya estamos llegando a puerto, desde el puente comienzo a ver las luces que anuncian Ensenada. Termina también esta larga transición entre el sur de Chile y el norte de México, mi estadía a bordo y mis tiempos de marinero. Desembarco el 4 de junio y me voy con mucho más de lo que traje, con nuevos conocimientos, nuevas experiencias, nuevos amigos, pero por sobre todo me voy sabiendo lo que significa ser marinero de los barcos de Greenpeace, me voy admirando aún más es estas increíbles personas.