Es indiscutible que la COP20 de Lima no ha traducido en absoluto los cambios positivos que están sucediendo en el mundo real a resultados tangibles de la negociación. Después de que China y EEUU hubieran acordado -juntos, por primera vez- reducir la contaminación de CO2 y aumentar drásticamente el uso de energía limpia, había esperanzas de que la conversación mundial sobre clima podría cambiar en Lima. Aunque se necesitan más acciones por parte de ambos, había al menos la esperanza de que podríamos movernos de una mentalidad de “tú primero, tú sabes que este tema es importante” a una actitud de “yo puedo actuar, si tú puedes actuar”.

Protesta de Greenpeace en Machu Picchu

Pero no ocurrió. Dado que los gobiernos ya habían acordado en Varsovia el año pasado que solo presentarían sus promesas para París después de Lima, tal vez no era realista esperar que el cambio mental apareciera ya en las negociaciones formales. Pero habría estado tan bien... especialmente mientras en Filipinas el tifón Hagupit, justo durante las negociaciones, ilustrase una vez más la urgencia de actuar.

En vez de eso, los EEUU y otros países desarrollados enfatizaron la necesidad de ser “realistas” con las futuras reducciones de emisiones, y desgraciadamente se resistieron a actuaciones más fuertes sobre financiación y adaptación, en particular para los países más vulnerables.

India y China, por otro lado, se aliaron con los estados productores de petróleo en un esfuerzo de autoprotegerse frente a la adopción en el futuro de reducciones de emisiones más fuertes y más vinculantes.

El resultado fue un compromiso desordenado que para nada establece un marco temporal común para las futuras reducciones de contaminación. La decisión de Lima sí exige que los países remitan información básica sobre las acciones climáticas que planean incluir en el acuerdo de París. Pero en vez de un proceso adecuado para evaluar si esas acciones serán suficientes y equitativamente distribuidas, todo lo que veremos es un informe técnico recopilado por el Secretariado del Convenio Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) para evaluar esas propuestas.

El resultado de Lima tampoco establece requisitos claros para que los países ricos incluyan la financiación climática en las acciones que reporten antes de París, y no establece una hoja de ruta clara para aumentar la financiación hasta los 100.000 millones de dólares al año prometidos para 2020.

Todo eso es penoso. Cierto. Pero no se puede dejar que Lima nos distraiga del hecho de que 2014 ha sido un año positivo en la política climática mundial sobre todo. Y que todavía se podría acordar en París un resultado significativo.

2014 ha visto el renacer el movimiento climático mundial. Gente de todo el mundo convirtieron los últimos y aterradores avisos de la ciencia climática en un mensaje de esperanza. Tras las más de 400.000 personas que en septiembre marcharon en Nueva York para pedir acciones climáticas rápidas y justas, el 10 de diciembre vio en Lima la mayor manifestación de Latinoamérica sobre cambio climático. La manifestación visibilizó aún más el alcance mundial y el impulso del movimiento climático.

 

Y aunque el gobierno chino no cambió su postura negociadora en la COP20, es aún una noticia excelente. Después de todo, fue ese mismo boom el que hizo que los primeros diez años del siglo XXI hayan sido los peores para nuestro clima mundial. También, el actual declive en el uso de carbón aún crea la posibilidad de que China cambie su postura para cuando los gobiernos se reúnan en París...

2014 ha sido el año en que se ha hecho cada vez más obvio que actuar frente al cambio climático proporciona empleo, sustento y oportunidades. Los días en que actuar sobre cambio climático podría considerarse sobre todo una carga se han terminado (excepto, parece, en la burbuja de las negociaciones del CMNUCC). Las renovables son lisa y llanamente la solución más económica para nueva potencia eléctrica en cada vez más países. China, este año, está instalando tanta solar como EEUU ha hecho nunca (!).

Por tanto, a medida que los avisos se hacen cada vez más fuertes – este año será, se predice, el más cálido registrado – se están poniendo silenciosamente las piezas en las políticas nacionales alrededor del mundo que podrían dar como resultado acciones climáticas mucho más decisivas.

De hecho, incluso los gobiernos en Lima – a pesar del enfoque de mínimo denominador común de las negociaciones – no han sido sordos del todo a las crecientes demandas de la gente y al cambio en la economía de la acción climática. Por primera vez en la historia, el texto oficial de la negociación ahora incluye un futuro libre de emisiones como una meta posible: el documento de trabajo que resume las opciones para el nuevo tratado climático mundial contiene una propuesta para que el mundo vaya a cero CO2 para 2050. Por supuesto, es solo una de las opciones. Pero prueba que un futuro libre de CO2 ya no es solo una visión verde. Es una posibilidad real, incluso a los ojos de los burócratas de los gobiernos. Retener un compromiso de cero CO2 para 2050 en el documento – y reforzarlo aún más, con propuestas para acelerar una transición a energía 100% renovable para todos – podría cambiar las reglas del juego. París aún podría marcar el fin de la era de los combustibles fósiles.

Greenepace

No estoy negando que los gobiernos en Lima han hecho lo posible para hacer que todos nos preguntemos si ha habido algún avance real en política climática este año... La influencia del lobby de los combustibles fósiles sobre los gobiernos de Norte y Sur ha sido una vez más tan obvia como odiosa (y de ahí la extremadamente oportuna petición de 350.org para acabar con esa influencia).

Pero aún así, la urgencia de la ciencia climática, la economía crecientemente atractiva de las renovables y el ascendente movimiento climático mundial significan que el avance en la respuesta frente al cambio climático es ya inevitable. Los gobiernos en Lima han titubeado. Pero el impulso está aún en el lado de la acción climática cuando termina 2014.

Daniel Mittler
Director de Política de Greenpeace Internacional