Imagina que una persona se siente mal, un poco de fiebre y dolor de cabeza. Para sentirse mejor consume una pastilla, pero de vez en cuando el malestar regresa y cada que esto sucede, la persona vuelve a tomar esa pastilla porque cree le ayudará a salir de la enfermedad. Con el tiempo, las causas del padecimiento evolucionan y los síntomas aumentan, generando que la persona comience a utilizar otras pastillas y jarabes para sentirse mejor.

Por qué una persona continuaría tomando pastillas sin ningún control, supervisión o incluso sin información sobre sus efectos, si eso lleva implicaciones graves para la salud. La misma pregunta debemos aplicarla en el caso de los campos mexicanos, por qué si los plaguicidas han demostrado que traen otros males, seguimos usándolos.

Hoy Greenpeace publicó el informe “La huella de los plaguicidas en México”, resultado de una investigación que se hizo en Sinaloa y la Península de Yucatán de la mano con científicos de la Facultad de Ciencias de la UNAM y el Instituto de Ecología, Pesquerías y Oceanografía de la Universidad Autónoma de Campeche, para detectar el impacto de plaguicidas que han sido aplicados en el campo pero no se quedan ahí, están llegando al agua de ríos y drenes que descargan en lagunas costeras y al mar, teniendo implicaciones en la salud de las personas.

En estados como Sinaloa, uno de los principales productores de alimentos en el país y granero de México donde impera el modelo de agricultura industrial y la Península de Yucatán en la que se busca extender este modelo, estas sustancias son esa pastilla paliativa que se aplica sin medidas de regulación.

Resultados del estudio

Como resultado de la investigación encontramos 4 plaguicidas que han sido prohibidos en otros países por sus niveles de toxicidad para las personas y el medio ambiente y que se siguen empleando en el país. Además, encontramos Endrín, plaguicida que está prohibido en México y 12 sustancias de las cuales 7 son altamente persistentes en el ambiente y 5 son altamente tóxicas.

El uso excesivo de plaguicidas es consecuencia de políticas gubernamentales deficientes y malas prácticas de la industria de alimentos, que están enfocadas a fines mercantilistas y no a satisfacer las necesidades de la población. Tan solo el catálogo oficial de plaguicidas que registra estas sustancias, no ha sido actualizado en más de una década, y por lo tanto no ha integrado información reciente sobre los impactos de estas sustancias.

Esto es alarmante, sobre todo cuando encontramos sustancias como el glifosato, herbicida probable cancerígeno, en todos los sitios analizados. Por si fuera poco, organismos como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), recomiendan que el registro sea actualizado una vez por mes.

Las consecuencias: un campo enfermo y sedado con paliativos que generan una dependencia al uso de estas sustancias, ya que con el paso del tiempo los plaguicidas, al igual que si tomáramos la misma medicina por meses, causan resistencias por las malezas y los insectos generando las denominadas súper plagas; lo que a su vez lleva a que se apliquen mezclas de plaguicidas en mayores cantidades, en un ciclo sin fin, beneficiando el bolsillo de unas cuantas empresas que controlan el mercado de los agrotóxicos que implican riesgos a la salud de las personas y del medio ambiente.

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