Sentados bajo la luz de la luna, con el viento que pega de golpe a los campamentos improvisados frente a las entradas del Malecón Tajamar, grupos de personas resisten firmes las guardias de vigilancia para evitar que la devastación de este oasis en medio de la ciudad de Cancún continúe.

Hace unos días estuvimos acompañando a los defensores del manglar en una de estas guardias nocturnas, quienes toleran el aire que llega sin oposición natural alguna, los mosquitos que hacen de nuestra sangre su festín y la lluvia.

La ciudadanía organizada ha conseguido las obras en Malecón Tajamar estén suspendidas por órdenes judiciales, pero aún falta que se cancele definitivamente el proyecto. A ellos les reconocemos una vez más todo lo que han logrado y les reiteramos nuestra solidaridad y apoyo como lo hemos hecho desde el primer intento por desmontar el manglar en julio de 2015.

 

Foto: Greenpeace / Carlos Matus

Las guardias se han hecho ya habituales para los cancunenses que día a día se turnan para velar por el manglar que se encontraba en pie hasta que las autoridades ingresaron maquinaria -resguardada por seguridad pública- para desmontar la zona bajo el amparo de resquicios legales.  

Durante el día la cosa no es muy distinta. El sol abrasador del supuesto invierno en el caribe mexicano merma los ánimos de cualquiera, menos de estas personas que están decididas a defender este trozo de manglar, que representa su derecho a un medio ambiente sano en una ciudad donde las áreas verdes han ido desapareciendo para dar paso a grandes hoteles.

 

Foto: Greenpeace / Carlos Matus

Tajamar es el claro ejemplo de la lucha entre el apetito voraz de un turismo depredador respaldado por los gobiernos y los ciudadanos  que reclaman mayor calidad de vida, un medio ambiente sano y espacios públicos para reunirse con la familia y los amigos. Es  la pelea de David contra Goliat.    

Son los ciudadanos contra sus propias autoridades, esas mismas que deberían velar por el bien común, fiscalizar que las cosas se hagan bien y que se cumplan las leyes pero que en la realidad pareciera que están cuidando los interés de unos pocos.

Las autoridades mexicanas además de presentar permisos con irregularidades y saquear la zona de madrugada con ayuda de la fuerza pública, se han dedicado a desestimar el valor del manglar diciendo que tiene poca importancia ecológica y buscan deslegitimar el movimiento ciudadano.

 

             

 

 

Fotos: Greenpeace / Carlos Matus

Hoy, el manglar empieza a brotar nuevamente, abriéndose paso entre los restos de sus antecesores.  Mientras el manglar viva habrá oportunidad de reestablecer el equilibrio de la zona y recuperar el hábitat de numerosos ejemplares de flora y fauna típica de los humedales. Tajamar es el nexo entre dos trozos de un área natural protegida que ahora se encuentra fragmentada a orillas de la Laguna de Nichupté.

 

Foto: Greenpeace / Carlos Matus

La ciudadanía ha tenido que aprender de amparos, juicios, leyes derogadas y vigentes; así como de zonas de amortiguación, importancia de los humedales e incluso desarrollo de cocodrilos y la interacción del ecosistema, ahora lo saben y lo comprenden, tal vez más que las mismas autoridades ambientales.

El manglar es una gran barrera de amortiguamiento contra los impactos del cambio climático, no tenerlo deja indefensa a la ciudad frente a huracanes y la gente lo sabe, es tema de conversación durante las guardias.  

Durante nuestra estancia en Tajamar, tuvimos el privilegio de conocer a gente extraordinaria que contagia su pasión y compromiso con la defensa del manglar. La gente comparte información, organizan charlas informativas y mantiene redes complejas de comunicación que los mantienen al día en todo lo relacionado con el tema.

La lección que nos deja Tajamar es que de la devastación nace un nuevo brote de esperanza, el de los ciudadanos organizados para proteger su derecho a un medio ambiente sano, que continuará creciendo alimentado por el objetivo común de tener un planeta más verde y justo para todos.  

 

Foto: Greenpeace / Carlos Matus