El mundo que dejamos

Noticia - 28 enero, 2019
Por Mauro Fernández, Coordinador de Clima y Energía, Greenpeace en Argentina, Chile y Colombia

 

Las Naciones Unidas establecieron el 28 de enero como el Día Mundial por la Reducción de Emisiones de CO2, como un recordatorio de uno de los mayores desafíos que enfrenta la humanidad en el siglo XXI. El año que dejamos atrás estuvo marcado por eventos climáticos extremos como los incendios forestales en Grecia y California, olas de calor en Medio Oriente, inundaciones de Nigeria a Japón, o un supertifón en Filipinas. Argentina no quedó afuera de la lista: las inundaciones en el litoral del país fueron la demostración inequívoca del impacto del cambio climático, sumado a la destrucción de los bosques que reducen la absorción de la tierra.

De acuerdo a la Organización Meteorológica Mundial, los últimos veinte años estuvieron entre los 22 más cálidos de la historia; los últimos cuatro encabezan el ranking, en 2017 siguieron aumentando y el año que acaba de terminar llevó las emisiones a su máximo histórico. La última vez que el planeta había tenido una concentración de CO2 comparable a la actual, fue hace alrededor de tres y cinco millones de años, cuando el nivel del mar estaba veinte veces más elevado y el hombre aún no habitaba estas tierras.  

Según el informe sobre riesgos globales del Foro Económico Mundial, las tres principales amenazas a la economía global están vinculadas al cambio climático causado por la actividad humana. Y, sin embargo, la comunidad global está haciendo muy poco para revertir la crisis, o incluso para evitar que siga profundizándose.

¿Cómo llegamos a este punto? La quema de combustibles fósiles y la deforestación incrementaron a tasas astronómicas desde la revolución industrial para satisfacer la insaciable demanda de recursos de la sociedad de consumo global, y principalmente, para enriquecer a parte del 1% más rico del planeta. La situación es alarmante y la comodidad de los líderes para actuar en detrimento de los intereses económicos de varios de sus amigos, está poniendo en debate nuestra propia extinción, junto a la de miles de especies. Sin embargo, todavía hay una ventana de oportunidad y se juega en la próxima década.

El último informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), máxima autoridad científica en materia climática, demostró que es posible mantener el aumento de la temperatura global por debajo del umbral de 1.5°C en relación con la era preindustrial —meta acordada por la comunidad global en el Acuerdo de París—. Para lograrlo, estamos obligados a reducir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero a la mitad para 2030. Esto implica un cambio revolucionario y que las numerosas reuniones climáticas globales dejen la zona de confort y tomen medidas transformadoras y radicales en la forma en la que producen y consumen energía.  

Si nos tomamos en serio dejar un mundo habitable, en la próxima década la quema de carbón tiene que reducirse, al menos, un 80 por ciento, el petróleo casi un 40 y el gas un 25. Todos los combustibles fósiles tienen que ir en picada a escala global. Cualquier nuevo proyecto es un crimen humanitario que sólo verá algún beneficio en los balances de algunas corporaciones fósiles transnacionales. Así de claro, y en la cara del establishment global, lo denunció Greta Thunberg, una estudiante y activista sueca de dieciséis años, en el Foro Económico Mundial de Davos este enero: “no quiero que estén esperanzados, quiero que estén en pánico y que actúen como si la casa se estuviera quemando, porque la casa se está quemando”.

Más de dieciséis mil chicos salieron a las calles en Bélgica el último viernes en un “paro escolar” para exigir acción climática. Cada vez más se suman en distintos países de Europa. Y esto tiene una sencilla razón: los adultos que gobiernan el mundo se están comportando como niños irresponsables, y poniendo en riesgo el futuro de los chicos que actúan con un coraje que a los líderes les falta.

Hay razones para esperanzarse, porque las renovables crecen, sus precios caen y la conciencia sobre el problema está más arraigada. Pero ante todo tenemos que estar hartos de nuestro liderazgo local y global; tenemos que exigir alternativas que estén a la altura del desafío. Vaca Muerta, por ejemplo, cuenta con el aval de casi todos los sectores políticos argentinos; sin embargo, es una demostración de todo lo que está mal. No sólo porque los recursos fósiles no convencionales de Argentina podrían alejarnos más de una décima parte del objetivo global de reducción de emisiones, sino también por las compañías investigadas por corrupción que lo impulsan, la flexibilización laboral de los trabajadores petroleros, la ocupación de tierras en dominio ancestral indígena, y el secretismo en el que se llevan adelante las operaciones, como el acuerdo firmado entre Chevron e YPF años atrás. Esto sin contar el escándalo que representa la disposición de residuos del fracking en basureros a cielo abierto, sin contención, que contaminan el medio ambiente y ponen en riesgo los cursos de agua a sólo cinco kilómetros del pueblo de Añelo, en Neuquén.

Este año, los argentinos volveremos a las urnas. Todavía nadie se ha tomado seriamente el desafío que tenemos por delante. Suelo pensar que en lo ambiental no hay grieta, porque todos los sectores políticos mayoritarios siguen priorizando el agronegocio asesino de bosques, la extracción y quema de fósiles, tanto para consumo doméstico como para exportación, y una política internacional tibia escudada en nuestro “bajo aporte” relativo al cambio climático global —aunque Argentina tiene más emisiones per cápita que el promedio del G20—.

En la década que nos queda para salvar al mundo como lo conocemos y evitar sufrir peores impactos, tenemos dos elecciones clave en 2019 y 2023. Es fundamental que los partidos políticos tradicionales se tomen en serio el desafío que afecta directamente la economía del país y la vida de los ciudadanos, o bien que surjan espacios novedosos, como el caso de Australia donde los jóvenes se agruparon bajo la prioridad impulsar la lucha contra el cambio climático. Es fundamental que el tema climático esté abordado en los programas de gobierno, incluyendo el apagón fósil y la transición justa para los trabajadores de ese sector, que deberán relocalizarse en trabajos vinculados al desarrollo de energías limpias. De otra manera, deberemos enfrentarnos a un dilema existencial: o actuamos urgente teniendo en cuenta el mundo que dejamos, o empecemos a armar las valijas para dejarlo antes de lo previsto.