Una visión que atrasa

Noticia - 6 septiembre, 2006
Carta publicada en el Diario Perfil el día Domingo 27 de agosto de 2006 por Juan Carlos Villalonga, Director Político de Greenpeace Argentina.

Juan Carlos Villalonga,Director Político de Greenpeace Argentina

La decisión de retomar las obras de la inconclusa central atómica Atucha II es una nueva muestra de las decisiones poco sensatas que el Gobierno Nacional viene adoptando en materia energética. La reducción vertiginosa de los horizontes de reservas de combustibles fósiles obliga a nuestro país a adoptar medidas inteligentes y pensadas para el largo plazo. Este no es el caso con la caprichosa decisión de concluir una central nuclear que está más para formar parte de un museo tecnológico antes que ser parte del menú energético para este siglo.

Concluir Atucha II es parte de un plan energético que el Gobierno ha armado con muy poca creatividad, recurriendo a opciones que están estancadas por su propia inconsistencias. Atucha II es una central eléctrica de enorme costo (una de las más caras del mundo) y es resultado de una decisión adoptada por la dictadura militar a fines de los ’70. No sólo esta decisión fue adoptada en un marco político completamente diferente del actual, sino que además es sustancialmente diferente el contexto energético y tecnológico a más de dos décadas de diferencia.


Con un costo originalmente evaluado en 1.600 millones de dólares por la empresa alemana Siemens, la empresa proveedora de la tecnología, la obra fue permanentemente postergando sus plazos de ejecución y elevando sistemáticamente sus costos. Hoy, los cálculos más conservadores indican que se han gastado en ese proyecto inconcluso unos 3.300 millones de dólares. Los cálculos incluyendo intereses de deuda y demás rubros ascenderían a cifras que superan holgadamente los 4.000 millones dólares. Para concluir la obra ahora se estima que aún son necesarios unos 500 millones de dólares, hasta hace unos años se estimaba en 400 millones lo faltante, hoy algunas fuentes mencionan la cifra de 700 millones de dólares. Esto es una muestra que el agujero económico continuará agrandándose.

Finalizar Atucha II demorará más de cuatro años, lo que hace que semejante gasto no alcance para contribuir a paliar el cuello de botella que sufre en el corto plazo la oferta del suministro eléctrico del sistema nacional. El costo por kilovatio instalado convierte a Atucha II en una planta que no presenta una mínima racionalidad económica. Para el largo plazo, Atucha II no nos conduce al desarrollo de una industria nuclear sustentable. El flujo de dinero para mantenerla viva deberá ser incesante y sus problemas ambientales nos acompañarán toda la vida.   

A los riesgos propios de una planta nuclear y el sumar más problemas y costos por la multiplicación en la producción de residuos nucleares, debemos sumar los riesgos de intentar finalizar una obra para la cual la empresa que originalmente la diseñó hace más de 25 años, Siemens, ya abandonó la actividad nuclear. De esta situación surgen buena parte de los problemas que hoy se enfrentan quienes intentan terminar la obra ya que los equipos técnicos que pertenecían a Siemens, quienes fueron los diseñadores de esta central, no existen más en dicha compañía. La empresa Framatome que ha tomado los negocios nucleares que la empresa alemana dejó no opera ni diseña plantas como la de Atucha, cuyo diseño es único, sólo comparable a su predecesora Atucha I.

A escala global las tecnologías disponibles para producir electricidad están teniendo, desde hace años, una evolución que permite tener esperanzas y comprender que enfrentar el cambio climático y el agotamiento de los recursos energéticos no renovables es factible y podemos aspirar a construir un futuro totalmente diferente al actual. Un claro síntoma de esto es que la moderna tecnología eólica es la fuente que más rápido crece a escala global. El ejemplo de Siemens vale destacarlo, luego de su salida del negocio nuclear, se ha volcado hace tres años a la energía eólica y durante el año pasado proveyó cerca del 6% de las turbinas eólicas vendidas a escala global.

La decisión de terminar Atucha II se asemeja más a un capricho y un producto del lobby antes que una decisión racional basada en fundamentos tecnológicos, económicos y ambientales. Cuando el Secretario de Energía justificó en el 2005 el enorme gasto para terminar la planta atómica dijo que para lograr que el Tesoro Nacional disponga del dinero para Atucha II se postergarían "aportes a las áreas de salud, educación, seguridad y justicia, entre otras". Una decisión temeraria cuando es posible movilizar inversiones en energía que no requieran semejante distracción de recursos y que permitirían el desarrollo de actividades que pueden autofinanciarse.

Con un plan de incentivos mucho menor que lo que demandaría continuar subsidiando industrias sucias y peligrosas como la nuclear, Argentina podría desarrollar rápidamente una poderosa industria eólica. Desarrollaríamos así una fuerte industria local y mejoraríamos notablemente la matriz energética proyectándonos en un sendero correcto de desarrollo energético para este siglo. Sin embargo, hasta ahora, la política energética nacional está signada por una visión que atrasa varias décadas. Atucha II es un claro ejemplo.