Bunny McDiarmid, una de las Directoras Ejecutivas de Greenpeace Internacional reflexiona sobre las posibilidades que tenemos los seres humanos de recapacitar en relación a los peligros que implican las armas nucleares para la sociedad. Sigue leyendo, vale la pena.

Mirando hacia atrás, uno de los momentos clave para definir mi camino personal y profesional fue cuando subí al pequeño atolón de Rongelap en el Océano Pacífico.

Era el 17 de mayo de 1985. Yo tenía 24 años.

A primera vista parecía que había alcanzado el paraíso. Playas de arena con árboles de coco y agua cristalina. La comunidad local estaba esperándonos con flores. Las mujeres sostenían un banner que decía “amamos el futuro de nuestros niños”.

Yo estaba allí con la tripulación del Rainbow Warrior para ayudarlos a relocalizarse. Su isla amada los estaba enfermando y lo peor es que eso que los enfermaba no era visible.

En marzo de 1954 el atolón había recibido una dosis masiva de radiación cuando Estados Unidos testeó una de sus armas nucleares más poderosas. Las personas de la zona no fueron advertidas sobre los daños que implicaban estas pruebas y tampoco tuvieron protección.

Una lluvia radioactiva cayó en la isla durante días y se disolvió en los suministros de agua, en el mar, en las casas, los jardines y las personas. Contaminó todo. Los niños jugaban entre las pequeñas cenizas blancas pensando que era nieve.

En los años posteriores las personas del lugar se dieron cuenta de que la isla ya no era segura. El impacto de la radiación era venenoso e imposible de limpiar. Y se hacía cada vez peor a medida que pasaba el tiempo.

Hubo muchos niños que tuvieron que someterse a operaciones en las que les extrajeron sus tiroides dañadas y muchas mujeres tuvieron hijos con deformidades severas. Esta realidad era imposible de ignorar.

Ya no confiaban en lo que les decían los científicos militares de Estados Unidos en relación a la seguridad de la isla. No les dejaron más opción que alejarse con la mínima esperanza de volver alguna vez.

El contraste entre el paisaje maravilloso y la irresponsabilidad criminal del ejército de Estados Unidos que utilizaron a los isleños como “conejillos de indias” es muy doloroso.

Hoy, 29 de agosto, es el Día Internacional en contra de las Pruebas Nucleares. Es un buen día para reflexionar sobre las lecciones que hemos aprendido en relación a los peligros que implican las armas nucleares. Y, lo más importante, es un buen momento para pensar cómo transitamos el camino para librarnos de estas armas asesinas.

Dos mil pruebas

Quizás es difícil imaginar que, no hace mucho tiempo, las pruebas nucleares eran habituales y realizadas con cierta regularidad.

Las armas nucleares fueron testeadas más de dos mil veces desde julio de 1945 cuando se realizó el test “Trinity” por parte de Estados Unidos en Nuevo México.

Los países que realizaron mayor cantidad de pruebas nucleares fueron: Estados Unidos (1054), la URSS (715), Francia (210), Reino Unido y China (45).

Greenpeace nació como una organización que se proponía en 1971 detener los testeos nucleares y el rol que jugamos en esta lucha me llena de orgullo.

En 1996 se firmó el Tratado de Prohibición Completa de las Pruebas Nucleares cuyo objetivo era terminar con las pruebas nucleares. Si bien el tratado nunca entró en vigencia, las pruebas nucleares se redujeron a la mitad.

Casi 25 años después de la Guerra Fría se estima que hay alrededor de 16300 armas nucleares en 14 países. En vez de desarmarse, los 9 estados con armamentos nucleares aceleraron y mejoraron sus arsenales.

La guerra nuclear ya no parece algo inconcebible. El presidente Trump que es el último comandante del arsenal nuclear de Estados Unidos amenazó a Corea del Norte con “Fuego y Furia”. Y Corea del Norte amenazó con atacar el territorio estadounidense de Guam en el Océano Pacífico. La amenaza de los ataques nucleares se ha convertido en moneda corriente.

Los últimos descubrimientos me dan mucha bronca .¿No aprendimos nada del pasado? Pero trato de enfocarme en lo positivo. Al menos se ha levantado el velo y hablamos del tema. Esas armas de destrucción masiva fueron creadas con un solo propósito: la guerra. Amenazan a toda la vida en nuestro precioso planeta.

La solución a la crisis actual es clara: negociación y diplomacia. Pero no es suficiente. No podemos esperar a que los países que tienen armas nucleares tomen la decisión de desarmarse.

En julio alcanzamos un hito en las Naciones Unidas cuando 122 países votaron a favor de un nuevo tratado para prohibir las armas nucleares. En septiembre el acuerdo será abierto para que los países firmen. Los estados armados y sus aliados han boicoteado este tratado y han hecho todo lo posible para retrasar las negociaciones.

Sin embargo, la importancia del acuerdo es enorme. Hará que cada vez sea más difícil defender a las armas nucleares bajo el argumento de “medios legítimos y seguros de defensa”. El tratado establece un mundo en el que las armas nucleares son consideradas una amenaza para la seguridad.

Ahora que la amenaza de la guerra es una realidad, los gobiernos deben pensar fríamente de desarmarse.

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