Nuestros voluntarios son el corazón de la organización. Conocerlos y que visiten las oficinas y lugares de encuentro de Greenpeace es clave. En esta ocasión Ricardo Hernán de Colombia estuvo en Buenos Aires y relata su experiencia.

Con ocasión del último encuentro de voluntarios de Greenpeace Andino (Colombia, Argentina y Chile), tuve la oportunidad de viajar con cuatro compañeros más del grupo de Bogotá, a Mendoza por dos días y luego a Buenos Aires por una semana para compartir y trabajar en el taller de esta ciudad.

En principio pensé en hablarles de la organización del lugar, de cómo cada persona cuida que las cosas estén siempre en su sitio, de cómo está todo clasificado, ordenado y listo para ser utilizado, de la cocina con todo dispuesto para quien vaya a colaborar, etc. Pero aunque todo esto es muy importante, siento que hay algo más.


Si bien para nosotros en Colombia el sueño de contar con un espacio donde reunirnos, hacer nuestros banners, planear nuestras demos, acciones y demás, hizo que nos sintiéramos como en la fábrica de chocolates de Charlie al ver el bote, las motos, los overoles, los cascos, los recuerdos de campañas pasadas, o los equipos de escalada a través de esa pequeña ventanita del cuarto que lo llena de un perfecto misterio, lo que realmente hace del taller un lugar único; son las personas, contar durante nuestra estadía con la guía y compañía de Rodrigo Valdés (Chile), encargado del taller, hizo que nuestra estancia fuese más que amena, llena de buena vibra y una incondicionalidad absoluta, pero no fue sólo Rodri, la compañía constante de varios voluntarios de la ciudad e incluso de otras (Rama – Salta), nos hizo sentir como en casa a los voluntarios de Colombia, nos hizo ver el compromiso y la dedicación, pero sobre todo la unidad del grupo.

Es esa unidad la que me traigo a Colombia como un regalo precioso, como un mensaje para mis compatriotas, un mensaje que me hace querer trabajar más fuerte para tener en mi país ese lugar donde se materializan los sueños de un montón de personas que vibran y sienten la tierra y la naturaleza como el ser más importante y la fuerza vital sin la cual no seríamos nada.


Observar la unidad que se genera a partir del ritual del mate fue espectacular, casi una epifanía que quiero replicar en mi país (con café supongo). Tal vez nuestras guerras internas, (Colombia) nos han vuelto parcos, algo indiferentes, es hora de recuperar para mi tierra esa unidad que me maravilló del equipo de Buenos Aires.

Ver en el taller trabajando a los voluntarios, ofrecer su ayuda desinteresada a unos extranjeros y de repente ver llegar personas de staff a compartir cómo uno más, tomar un mate y ayudar a pintar una letra de un banner que viajaría luego varios kilómetros, dejó una impresión indeleble en mi mente, un gran ejemplo y sobre todo un amor infinito por un lugar que es mucho más que un simple espacio, es la convergencia de personas maravillosas dispuestas a dejarlo todo por una causa, es una especie de anomalía en la matriz, una irrupción en la continuidad tiempo-espacio en donde no cabe la envidia, donde confluye la colaboración y el trabajo fuerte pero siempre acompañado de una gran sonrisa, siempre con un abrazo sincero (de oso como decimos en Colombia), siempre con un delicioso mate que calienta el alma y la prepara para que se funda con la calidez de la de los demás.