Somos Greenpeace no solo por el presente: por las acciones y campañas que llevamos adelante a diario. También somos Greenpeace porque tenemos historia, atesoramos un pasado y siempre estamos inspirados por quienes dejaron su esfuerzo, su lucha y hasta su vida para salvar al planeta. Se cumplen 32 años del hundimiento de nuestro buque Rainbow Warrior en manos del servicio secreto francés. En este episodio murió el fotógrafo Fernando Pereira. En esta nota Bunny Mc Diarmid, Directora Ejecutiva de Greenpeace Internacional, cuenta todo sobre la historia del día en que quisieron hundir a un Arco Iris.

Fernando Pereira y su hija, Marelle. Fernando fue asesinado cuando agentes franceses hundieron el Rainbow Warrior en Nueva Zelanda en 1985.

Foto: Fernando Pereira, jugando con su hija antes de partir con Greenpeace en la campaña contra las pruebas nucleares francesas, 1985

El primer “Rainbow Warrior” había sido un barco pesquero adquirido por Greenpeace en 1978 y estuvo involucrado en grandes campañas de la organización, principalmente en aquellas contra la caza de focas. Pero en 1985, agentes del servicio secreto francés, bajo las órdenes de su gobierno, plantaron dos bombas en el casco del primer barco Rainbow Warrior. Estaba atado junto a la dársena Marsden en el puerto de Auckland, Nueva Zelanda, a punto de zarpar, junto con una flotilla de barcos de protesta, de la Polinesia francesa, para protestar contra el programa de pruebas nucleares de Francia en Mururoa. El barco se hundió en cuestión de minutos. El fotógrafo Fernando Pereira, que formaba parte de la tripulación, estaba a bordo y fue asesinado por la explosión.  

“Ya ha pasado mucho tiempo, pero cada año recuerdo en detalle y claro como el cristal toda esa jornada. Y recuerdo a Fernando. Recuerdo todo lo que le pasó a Nueva Zelanda a Greenpeace y la importancia de lo que sucedió entonces. Y cómo sigue siendo crucial hoy en día.  

Foto: Tripulación del Rainbow Warrior en 1985

Yo me encontraba a bordo del Guerrero mientras navegábamos hacia Auckland el 07 de julio. Era un día frío de invierno, pero fuimos recibidos por un montón de barcos y botes. Muchos ellos pertenecían al Escuadrón de la Paz, un grupo de personas que protestaban cada vez un buque nuclear navegaba en las aguas de Nueva Zelanda.

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Foto: Bunny McDiarmid a bordo del Rainbow Warrior. Luego sería Directora de Greenpeace Nueva Zelanda. Y hoy Directora Ejecutiva de Greenpeace Internacional.

Esta vez daban la bienvenida a uno de los suyos. Me acuerdo muy bien cuando navegamos por la costa durante muchas horas oscuras antes del amanecer. Hice guardia desde la medianoche hasta las 4 de la madrugada y podía oler Nueva Zelanda antes de verla. Volvía a casa después de estar lejos siete años y también volvía a mi hogar como parte de Greenpeace que era una organización muchísimo más pequeña que ahora, pero con la misma determinación y fuerza que nos sigue caracterizando después de tantos años.

Algo de lo que sucedió en el 1985 al Rainbow Warrior ha hecho de nuestra organización lo que es hoy…y no estoy hablando de las donaciones que recibimos por parte de muchas personas para poder recuperarnos.

El Rainbow Warrior estaba desarrollando una campaña anti-nuclear en una región en la cual, algunos años antes, había asistido a los 360 miembros de la comunidad Rongelap a trasladarse lejos de su isla de origen (las Islas Marshall en el Pacífico Norte) para escapar de la contaminación provocada por ensayos nucleares de EE.UU.

Foto: Bunny es recibida por mujeres de la isla de Rongelap.

Con el Guerrero habíamos visitado Kiribati y Vanuatu – dos países que estaban luchando para evitar que Japón vertiera sus residuos radiactivos en la Fosa Mariana, una parte muy profunda del océano Pacífico Norte. Eso era lo que los países con centrales nucleares solían hacer en aquel entonces con sus residuos nucleares, los depositaban en 40 galones de concreto, los llevaban hacia el mar y listo. Problema resuelto, fuera de la vista.

Foto: Greenpeace y la evacuación de los habitantes de Rongelap

Paramos en Nueva Zelanda durante dos semanas para reabastecimiento y luego teníamos planeado ir hacia el este de Mururoa en la Polinesia Francesa, donde los franceses estaban haciendo sus ensayos nucleares. Nuestro plan era detener las pruebas, junto con una flotilla de barcos de Nueva Zelanda.

El camino rumbo a Mururoa no era tarea fácil dado que nos encontrábamos en pleno invierno y debíamos luchar contra los vientos dominantes. Se trataba de un mes de navegación incómoda para muchos barcos que acaba de llegar allí. Muchas personas se habían pedido días en el trabajo, habían dejado a sus familias y planificaban estar ausente por varios meses. Pero esa era la fuerza de los sentimientos sobre la amenaza nuclear en Nueva Zelanda y en toda la región.

Con el tiempo, daría lugar a una zona sin peligro nuclear en el Pacífico Sur y en Nueva Zelanda. Y lo que pasó con el Rainbow Warrior en esa fría noche hace 27 años jugó un papel muy importante en conseguir que lleguemos a ese objetivo.  

El Gobierno francés había autorizado a un equipo del servicio secreto que vino en barco y en avión con los explosivos con la clara intención de que el Rainbow Warrior nunca saliera de Nueva Zelanda. En medio de la noche unos buzos pusieron dos bombas bajo el agua a un costado de la nave y sin previo aviso y mientras la tripulación dormía. Las bombas explotaron y hundieron el barco en cuatro minutos, asesinando a Fernando Pereira, nuestro fotógrafo.

Es una historia importante- de cómo dos de los espías franceses, curiosamente incompetentes, fueron capturados rápidamente y se expuso el plan del Gobierno francés. Cómo en muy poco tiempo la policía de Nueva Zelanda logró detener a dos agentes del servicio secreto francés y volver a colocar al Guerrero caído a su lugar en medio de un puerto conmocionado. Todo Nueva Zelanda se indignó y la noticia afectó al mundo entero.

El atentado ocupó las primeras páginas de los diarios, fue noticia en muchos medios y boletines durante meses. El acontecimiento se llevó nuestras vidas pero también nos enseñó algunas lecciones valiosas. Fue un golpe terrible para todos nosotros, para los que estábamos a bordo y para todos los que formaban parte de Greenpeace.

Nuestra oficina francesa también se vio obligada a cerrar debido a las amenazas de violencia contra ella, pero la mayor pérdida fue Fernando. Un barco puede ser sustituido, aunque el Rainbow Warrior había llegado a ser mucho más que un casco y unas cubiertas de madera.

En los días y semanas que siguieron al atentado, la oficina local se llenó con donaciones de la gente, no sólo de dinero, sino bolsas de dormir, ropa, alimentos, albergues para la tripulación, lo que fuera necesario. La compañía Newman, a la cual los agentes le habían alquilado la camioneta en la que viajaron para colocar las bombas (y en la cual fueron, finalmente, atrapados) ofreció a Greenpeace el uso de dos coches de alquiler durante muchos meses.

Estaba claro que si el Gobierno francés pensaba que la violencia era la forma de silenciarnos entonces no entendía las razones del éxito de Greenpeace.  

Después del bombardeo, descubrimos que algunos meses antes, uno de los espías franceses había estado trabajando en nuestra oficina de Auckland como voluntario y que había conseguido información sobre la llegada del Rainbow Warrior y había podido transmitirla. Hubiera sido fácil para Greenpeace convertirse en una organización cerrada y paranoica que no aceptara voluntarios y temerosa de la transparencia. Pero no lo hizo. Y no perdimos de vista nuestro compromiso con la no-violencia y por eso, la misión francesa, de hecho, sólo sirvió para hacernos más fuertes.  

En última instancia, nos hizo tener cada vez más compromiso con la no violencia como una fuerza poderosa para el cambio positivo. Volvió a confirmar la maldad de los ensayos nucleares y las armas nucleares como medios para la seguridad mundial.

Nos llevó décadas de persistencia tenaz poder poner fin a los ensayos nucleares y requirió la ayuda de muchos países y organizaciones que trabajamos en unidad.

Aprendimos una lección muy importante. Recordar y contar nuestra historia , no sólo porque nos hace llorar y reír, sino también porque nos ayuda y nos inspira para seguir adelante.”

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