Hace 43 años un puñado de hombres y mujeres fueron capaces de interponerse entre la punta del arpón y el cuerpo de los animales más grandes del planeta, las ballenas. Este es el comienzo de un largo camino que inspiró a muchas personas en todo el mundo a tomar consciencia sobre la importancia de las ballenas y cómo estos animales estaban indefensos ante la caza indiscriminada por parte del ser humano. Es la historia del inicio de Greenpeace, la historia del poder de la gente.

Hoy es otro cetáceo, el más pequeño del mundo, la vaquita marina (Phocoena sinus), el que clama por esta fuerza humana para lograr un propósito común: salvarla. Esta especie no quiere pasar a engrosar la lista de las 717 ya extintas en el planeta. Es ella quien pide un poco de esperanza para sobrevivir.

Amenazada indirectamente por la captura incidental, la vaquita marina encuentra la cruel muerte en la asfixia que le provocan las redes de pesca.

El presente del planeta es que estamos viviendo la sexta extinción masiva de especies, la última vez que ello ocurrió fue en tiempos de los dinosaurios, hace 65 millones de años aproximadamente. Hoy las especies se extinguen a un ritmo sin precedente en el registro histórico del planeta y todas las causas apuntan a una única especie como responsable: el Homo sapiens, nosotros.

Siendo así, parece que nuestro nombre como especie está muy mal puesto, sapiens quiere decir pensante, y al parecer poco hemos pensado sobre los efectos que tienen nuestras actividades sobre el planeta que habitamos.

Con alrededor de 50 ejemplares, la vaquita marina se encuentra al borde de la extinción y el plan que idearon nuestras autoridades para protegerla parece no tener los resultados que se esperaban. Sólo en el último mes se han encontrado 3 ejemplares de vaquita muertos, y toda la evidencia indica que su muerte fue causada por redes de pesca.

Cabe preguntarnos ¿de qué nos sirve invertir tantos millones de pesos y esfuerzos humanos en preservar una especie que parece destinada a la extinción? Quizá la respuesta a esto no la tenemos nosotros, pero sí la tienen los lobos, y con esto quisiera motivarlos a entender que los esfuerzos no serán en vano.

Por más de 20 años los lobos estuvieron extintos del parque Yellowstone, pero no pudimos saber cuál era el real impacto de su ausencia hasta que fueron reintroducidos. Un pequeño grupo de lobos comenzó a diezmar la población de alces que, como estrictos hervíboros que son, comen plantas, con ello muchos árboles comenzaron a crecer a orillas de los ríos dando paso a una mayor cantidad de fauna asociada a ellos; por ejemplo roedores, aves que depredaban estos roedores y castores. Estos últimos comenzaron a ser más comunes y construyeron represas que modificaron los cauces de los ríos y disminuyeron la erosión de estos en el paisaje de Yellowstone. La reintroducción de una pequeña manada de lobos modificó completamente el paisaje y la geografía del lugar.

Las vaquitas están al borde de la extinción y el mar es tan desconocido para nosotros que no podemos imaginar el efecto que esto tendrá sobre el Alto golfo de California. Lamentablemente las vaquitas no pueden ser reintroducidas, porque no existen en ninguna otra parte del mundo más que aquí.

Es hora de actuar, de pedirle a las autoridades que intensifiquen los patrullajes que impiden la pesca con redes en la zona, que se brinde a los pescadores la oportunidad de pescar de forma sustentable y amigable con el ambiente, pero por sobre todo, que se hagan todos los esfuerzos para que la vaquita no desaparezca. No sabemos los impactos que la desaparición de esta especie pueda provocar en el ecosistema, pero no podemos darnos el lujo de pagar el precio que signifique averiguarlo.

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