Mucho se ha comentado acerca de la ineficiencia de Pemex en el manejo y distribución de hidrocarburos -líquidos o gaseosos-, y su impacto perjudicial al medio ambiente: contaminación de afluentes, suelos, afectaciones económicas y alteraciones de estilos de vida de comunidades colindantes a las actividades petroleras. Cuando los incidentes alcanzan magnitudes de tragedia por la pérdida de vidas humanas, conviene recapacitar en la dolorosa factura que cobra el petróleo.

En el marco de la conmemoración del Día Nacional de Protección Civil, (1) el presidente Felipe Calderón expresó sus condolencias a los familiares de los 27 trabajadores fallecidos en la explosión ocurrida ayer en el Centro Receptor de Gas y Condensados de Pemex Exploración y Producción, ubicado en el kilómetro 19 de la carretera Reynosa-Monterrey, otra tragedia en la que impera la demagogia que caracteriza a los políticos mexicanos.

Los sistemas ineficientes de manejo, de respuesta a emergencias y atención a accidentes de la paraestatal exponen a la población a un estado de riesgo permanente innecesario. En tanto, expectativas de fuentes renovables limpias como lo son la solar, eólica, hidráulica y geotérmica continúan en espera.  

Cuántas muertes más tienen que ocurrir, cuántos ecosistemas deteriorados hay que contabilizar, cuántas fuentes de trabajo perdidas hay que sumar, cuántas especies animales deben perecer antes de que la política gubernamental evolucione hacia las energías renovables que una vez más se vislumbran como la única opción de un futuro promisorio y seguro.

Nota:

http://www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=691519