Existe un fenómeno llamado “ceguera vegetal” que le pone nombre propio a la tendencia que tenemos las personas a menospreciar a la flora que nos rodea. Se trata de una conducta que puede tener consecuencias negativas no sólo en el ambiente, sino también en la salud humana. Te contamos por qué.

Greenpeace Austria visita un huerto de albaricoqueros en la región de Wachau para observar los albaricoqueros en plena floración.

Si el tema te genera escepticismo, basta con que intentes responder a las siguientes preguntas: ¿cuál fue el último animal que viste? ¿Puedes recordar su color, tamaño y forma? ¿Y distinguirlo de otros animales?

Bien, ahora, ¿cuál fue la última planta que viste?

Si las imágenes mentales que tienes de los animales son más precisas que las de las plantas, no estás solo. Desde la niñez reconocemos con más facilidad que los animales son seres vivos antes que pensar lo mismo de las plantas. 

Incluso un estudio realizado en Estados Unidos evaluó la capacidad de notar una de dos imágenes mostradas en rápida sucesión, utilizando fotos de plantas, animales y objetos no relacionados. El resultado fue que los participantes detectaban con mayor precisión las imágenes de animales que las de plantas.

Es por esto que en el año 1998, Elisabeth Schussler y James Wanderseelos, educadores de botánica y biología estadounidenses, decidieron bautizar a esta tendencia consolidada con el término  “ceguera vegetal” y la definieron como la incapacidad de la sociedad en general de ver las plantas en su propio entorno, mientras que sí pueden reconocer fácilmente animales u otros objetos, imágenes y seres vivos.

Considerando la importancia que tienen (y siempre han tenido) las plantas para nuestra supervivencia, ¿cómo es que nos convertimos en “ciegos vegetales”? 

Una cuestión de clasificación

Hay razones cognitivas y culturales que predisponen a que nos sea más fácil distinguir a los animales que a las plantas. Por empezar, nuestro cerebro agrupa a todos los vegetales como un solo conjunto (basándose en que casi no se mueven, crecen unos al lado de otros y, por lo general, tienen el mismo color) y luego los cataloga como que no representa una amenaza. Esta es una manera sumamente efectiva del sistema visual y de la mente para optimizar los 10 millones de bits de información visual que pasan por segundo por la retina humana.

Después, opera cierta preferencia por seres que tienen un comportamiento biológico similar al nuestro. Como primates, tendemos a notar primero a quienes son parecidos a nosotros. Es decir que, hay un elemento social que hace que visualmente nos atraigan más. 

Así vista la ceguera vegetal puede parecer algo sin mayores implicaciones, pero no es así. Existen miles de especies de plantas en peligro de extinción en todo el mundo. Sin embargo, debido a esta falta de atención que les tenemos, la ciencia consigue menos fondos para que se las estudien y protejan. 

Por eso, tenemos que intentar conectar con los ecosistemas en su totalidad, observarlos y valorarlos en su complejidad y belleza, para conservar al reino vegetal y a toda la vida que depende de él.

Flor local. Los páramos son conocidos por albergar comunidades de plantas y animales con una alta biodiversidad. Solo sobreviven en temperaturas muy bajas y húmedas.
Pueblo de los Guaraní-Kaiowa cerca de la ciudad de Caarapo en Brasil.

Como explican en la revista chilena Endémico:

“Las plantas son los organismos que han modificado las condiciones del planeta; sin plantas no habría fotosíntesis y, por tanto, no habría oxígeno para respirar ni la capacidad de transformar la energía solar en materia viva. La fotosíntesis ha provocado grandes cambios en la atmósfera terrestre a lo largo del tiempo geológico, provocando la formación y el cambio de la superficie física del planeta. Además, la vegetación es en gran parte el soporte, y con quien interactúan, la mayoría del resto de los seres vivos. Sin embargo, muy pocas personas son capaces de reconocer las plantas de su entorno más próximo.”

Ideas para revertir la ceguera vegetal y disfrutar más de la naturaleza

El primer paso es aumentar la frecuencia y las formas en que observamos a las plantas. En este sentido se puede empezar por buscar información y hablar con otros sobre las especies que vemos en los parques. También se puede empezar a visitar jardines botánicos, jugar a identificar los distintos árboles, arbustos y hierbas que crecen en las veredas de tu barrio o prestar más atención a las plantas que crecen en tu balcón.

Una genciana en flor en la isla subantártica de Enderby.

Dawn Sanders, de la Universidad de Gotemburgo en Suecia, quien colabora en proyectos de arte ambiental en el Jardín Botánico local, ha descubierto que las imágenes y las historias son fundamentales para lograr que los estudiantes se conecten con las plantas y comiencen a hacerse preguntas sobre sus experiencias, como por ejemplo, cuántos años pueden vivir.

Racimo de flores blancas con centros rojos, Borneo, Malasia.

Con los más pequeños, incluso los dibujos animados o libros que tengan de protagonista a una especie vegetal marcan la diferencia.

En definitiva, es cuestión de usar la imaginación porque la ceguera hacia las plantas no es ni universal ni inevitable. Aunque nuestros cerebros humanos puedan estar predispuestos a esta ceguera vegetal, podemos superarla con una mayor conciencia.

Flores cerca de la Estación Científica Zackenberg, Groenlandia.

Como dicen desde la revista Endémico: “es urgente tener el conocimiento de la vegetación de nuestro entorno inmediato. Esto aumentaría nuestra conciencia ambiental y nuestra capacidad para tomar decisiones informadas para una vida en armonía con el ambiente que nos rodea y permea”.