Macarena Roa es voluntaria de nuestro Equipo de Apoyo Local en Concepción y una de las 15 voluntarias que marchó con nosotras el pasado 8 de marzo. Aquí nos relata lo que significó para ella esta participación en la marcha

El pasado 8 de marzo nos reunimos voluntarias, trabajadoras de Greenpeace, socias y activistas; para sumarnos a la marcha de ese día. 

Fueron semanas de organización, donde debíamos decidir de qué forma participar, ya que no queríamos quedarnos solo en hechos, sino también en acciones, y además queríamos invitar a participar a quienes permiten que existamos en la actualidad;  a nuestras socias.

Planeamos crear en base a materiales reciclados una ballena en tamaño natural y su ballenato, la primera sobre una estructura metálica que sería arrastrada por mujeres de nuestra organización, y el segundo del tamaño de un ballenato pero que estructuralmente pudiera ser movilizado más libremente y que pudiera ir “nadando” al lado de su madre; decidimos usar la ballena, como símbolo emblemático de la lucha ambiental, del cuidado de los océanos, y visibilizar de qué forma ejerce un rol ejemplar en lo que es la maternidad y en cuidar nuestros ecosistemas marinos, al ser captadoras de dióxido de carbono.

Luego de días de planificación, el domingo 8 de marzo llegó, y comenzó bien temprano, muchas voluntarias viajamos desde regiones el día anterior para participar de esta actividad, y nos reunimos desde las 07.30 hrs con el resto de las mujeres de la organización, para poder establecer nuestros roles para ese día; la verdad es que nada podía anticipar lo que se vendría. 

Al llegar a Plaza de la dignidad alrededor de las 10:00 hrs ya había mujeres reunidas en el lugar, camino hacia Av. Providencia nos encontramos con una figura del “matapacos” custodiada por mujeres, el momento del encuentro entre la ballena y el “matapacos” fue inolvidable.

Mientras avanzaba la mañana fueron llegando más mujeres al lugar de encuentro, la energía en el lugar era increíble, se podía sentir la unión, el amor entre todas; también fueron llegando las socias con sus poleras moradas con el logo de Greenpeace (poleras que habían retirado en días anteriores al saber de la convocatoria), estas eran mujeres de todas las edades, desde niñas a adultas mayores, algunas no habían marchado nunca en su vida, sin embargo sin importar la edad llegaron con la convicción de aportar; de ayudar a trasladar la ballena, de sostener el banner, de compartir con el resto de las mujeres.

Lo que pudo parecer horas, se convirtieron en momentos inolvidables junto a estas históricas mujeres, que con la misma energía y fuerza luchan desde otro lugar por el mismo fin; mujeres que trabajan para la oficina, que son activistas, amigas de la organización o socias; quienes olvidando de donde vienen, o a qué se dedican, se unieron por la búsqueda de igualdad, la oportunidad de dar a conocer cómo el cambio climático afecta directamente a las mujeres, y cómo juntas podemos luchar por cambiar el mundo.  

Fuimos más de un millón de mujeres en Santiago, más de 100 de Greenpeace, y yo una mujer, que no nació siendo feminista, sino hija de una familia y sociedad machista; que no nació siendo ambientalista, sino una mujer de una familia de clase media del sur de Chile que produce sus ingresos en base a lo que la tierra produce; he podido aprender de a poco, y en distintos procesos cómo podemos cambiar las cosas, como podemos cuidar nuestro medio ambiente, en el cómo es fundamental la educación, y finalmente entender que la causa ecologista también es feminista.