Por Francisca García

Tiempo atrás parecía que solo en las novelas y películas de universos distópicos existían adolescentes capaces de movilizar a miles de personas para intentar construir un mundo mejor, pero en los últimos años hemos visto como jóvenes mujeres nos han tapado la boca: Malala Yousafzai, luchando por el derecho de las mujeres en el mundo de acceder a la educación, Emma González, defensora del control de armas en Estados Unidos y Greta Thunberg, activista ambiental que exige a las autoridades hacer algo frente al inminente avance del cambio climático.  ¿Acaso alguien hubiera imaginado que una chica de 16 años iba a ser capaz de movilizar a un 1,6 millón de personas en 125 países? ¿Alguien en Chile pensó que una adolescente sueca iba a inspirar a jóvenes de diversos rincones del país, tales como Linares y Acud?

Hemos sido testigos de cómo las movilizaciones son capaces de poner temas en la agenda de quienes toman las decisiones en nuestro país, de cómo la opinión pública puede ejercer presión para que pasen de las palabras a la acción, por ejemplo, como ocurrió con la prohibición de las bolsas plásticas en el comercio.

Sin embargo, pocas veces somos conscientes del real poder que tenemos en nuestras manos. Si nos detenemos a reflexionar un poco, es bastante impresionante que a pocas semanas de haber llegado el movimiento de Fridays For Future a Chile, solo en Santiago fueron más de 5 mil personas las que marcharon la tarde del viernes 15 de marzo. Se trata de algo histórico para el medioambientalismo en nuestro país: las diferentes luchas medioambientales ya no están fragmentadas, ahora convergen bajo un mismo horizonte.

Esto último, implica un nuevo desafío para las diversas organizaciones ambientales que existen a lo largo de Chile, el de restarnos de aparecer en primera plana, para que quienes son los verdaderos protagonistas de este movimiento, alcen la voz y sean escuchados. Ellos y ellas tampoco necesitan el oportunismo político, el cual se aprovecha de las manifestaciones para salir con sus banderas, como si sus partidos hubieran hecho algo concreto por el medioambiente y no fueran cómplices del daño que le hemos hecho a nuestras tierras.

En mi experiencia como voluntaria, lo común es salir a marchar junto el resto de mis compañeros y compañeras del equipo de Valparaíso, uniformados con nuestras poleras de Greenpeace y sosteniendo nuestro banner con una consigna en la que al final aparece el nombre de Greenpeace.

Sin embargo, el pasado viernes dejamos todas esas cosas en nuestros hogares y salimos a marchar como cualquier otro ciudadano, porque nuestra importancia en este movimiento es igual que la de cualquier otra persona, sea cuál sea su edad, su nacionalidad, su género, su orientación sexual y su religión.

Todos y todas somos agentes de cambio y aspiramos por un Chile libre de zonas de sacrificio, donde nuestras niñas y niños no sientan miedo de respirar, por un Chile donde sus habitantes sean considerados más importantes que las plantaciones de paltos y puedan tener un acceso digno al agua, por un Chile que proteja sus especies nativas que tienen una vital importancia en el mantenimientos de los ecosistemas, por un Chile que cuide a sus glaciales, nuestras más grandes reservas de agua dulce, por un Chile donde la cultura extractivista llegue a su fin y demos paso a una economía sostenible y sustentable.

Es un camino largo, pero es nuestro deber utilizar nuestro poder para presionar a aquellos que pueden tomar medidas concretas para evitar esta catástrofe ambiental, porque tal como dice Greta, nadie es demasiado pequeño para lograr un cambio.