A principios de este año se hizo viral la noticia sobre la existencia de un basural en medio del desierto de Atacama. Allí se acumulan la ropa, el calzado y los accesorios que desecharon desde Estados Unidos, Europa y Asia. Ante la noticia, las redes sociales explotaron de indignación al saber que esa “basura” eran productos en perfecto estado, inclusive muchos de ellos aún con sus etiquetas puestas.
Si bien esto se conoció este año, lo cierto es que el basural existe desde hace décadas en medio de un ambiente único en el mundo y a apenas unos kilómetros de Santiago de Chile.
La sorpresa que causó se explica también porque al derroche de recursos que implica descartar algo que podría seguir usándose, se suma la contaminación que producen todas esas toneladas de ropa que se desintegran muy lentamente al sol.
Hay que decir que las prendas que terminan en un basural, contaminan. Para empezar los componentes químicos de las fibras se transfieren al suelo y luego a las napas de agua, polucionando las reservas del desierto más árido del planeta.
A su vez, al estar a la intemperie se desprenden microplásticos que el viento arrastra hasta el mar y que son ingeridos por los peces. Por último, cuando se generan incendios se desprende un material particulado que es respirado en las ciudades cercanas.
Esta rueda contaminante no se detiene: cada día siguen llegando al puerto de Iquique 20 toneladas de ropa para ser desechadas. Es por eso que las imágenes de esas montañas de basura textil nos ayudan a entender el verdadero precio de la moda rápida (industria que genera tantas emisiones de dióxido de carbono como toda la Unión Europea) y cómo lo pagamos con la salud de nuestro planeta y de quienes lo habitamos.
La basura textil es el síntoma; la moda rápida es la causa
En el quinto episodio de nuestro podcast “Sonido Ambiente” convocamos a especialistas y referentes para poner bajo la lupa a esta forma de producción llamada fast fashion. Juntos, desentrañamos los secretos de este sistema cuyas ganancias se basan en estimular al máximo el consumo y el descarte sin medir los costos ambientales.
Un esquema que logró en 15 años duplicar la cantidad de ropa producida al mismo tiempo que, lanzando 50 micro tendencias al año, acortó la vida útil de las prendas que se usan un 36% menos que antes (es decir, una remera, un jean, unos zapatos se usan entre 1 a 7 veces y se tiran.)
Además, conocemos a quienes están trabajando para democratizar la moda sostenible en Chile, Argentina y España. En definitiva, todos coinciden en que el primer paso es tomar un momento antes de comprar algo nuevo para preguntarse: ¿realmente necesito esto?, ¿cuánto me va a durar? Cuando tengamos esas respuestas, podemos intentar conseguir esa ropa intercambiando con amigos o en tiendas de segunda mano. Y, cuando todo esto no sea posible, recién entonces comprar nuevo a marcas responsables.