Macarena Roa, es voluntaria de nuestro Equipo de Apoyo Local en Concepción, y en este blog nos cuenta su experiencia navegando en el barco más grande que tiene nuestra organización, el ESPERANZA.
A finales de septiembre se abrió una convocatoria invitando a voluntarios de Greenpeace Andino (Argentina, Colombia y Chile) a ser parte del barco Esperanza como asistente de cocina. La verdad para un voluntario, siempre es un sueño subirse a un barco de Greenpeace, personalmente había conocido este barco y el Arctic Sunrise en Open Boat que se realizaron en Chile, pero jamás había tenido una experiencia de este tipo, menos aún, jamás había dormido en un barco. Por lo que postule, ya que sabía que era el momento preciso, había terminado la universidad, no tenía nada que estudiar o que me atara a quedarme en Chile, y justo estaba sin trabajo, por lo que no podía ser mejor momento.
En octubre al saber la respuesta positiva, comenzaron los preparativos, recibí mucho apoyo y ánimos tanto de mi familia, amigos y como de los encargados de voluntariado de Greenpeace Andino.
El viaje comenzó, en primer lugar con una noche en Buenos Aires, donde compartí con los voluntarios de allá en el taller, para luego partir junto a ellos a Montevideo el día 29 de octubre, quienes en los días siguientes realizarían una acción en contra de la explotación de los recursos marinos de dicha zona. Al llegar al barco, pensé que las cosas serían muy distintas a casa, sin embargo me encontré con la misma comodidad y con excelentes personas durante esta estancia. El día comienza a las 07:30 con la “wake up call” que hace algún marinero, en ese tiempo la mayoría de los tripulantes tomaba desayuno, personalmente yo corría a la ducha para estar lista a las 08:00 hrs para comenzar a trabajar. El trabajo fue bien metódico, tenía la labor de asistir a Ruslan, un chef ucraniano, que se encargaba de todas las preparaciones y me daba las tareas a realizar cada día. El almuerzo se servía a las 12:00 y la cena a las 18:00 hrs, horarios muy tempranos para mí, pero que me pude acostumbrar y que hasta el día de hoy en mi casa logro mantener.
A pesar de todo, fue difícil partir al comienzo, porque coincidió con el estallido social que se dio en Chile, sentí todo muy agridulce, y daba pena estar disfrutando, mientras tus compatriotas no lo están. Sin embargo, luego entendí que estaba haciendo algo para salvar el planeta, el objetivo del barco en el Océano Atlántico era por la campaña Pole to Pole, para la protección de los océanos, por lo que intente enfocarme en eso y disfrutar la experiencia.
Durante mi estadía, conocí personas maravillosas, toda la tripulación estaba muy dispuesta siempre a compartir un momento, a veces hablando y a veces en silencio. Ahí entendí, que a veces no es necesario hablar todo el tiempo, en general soy una persona que habla mucho, pero allí entendí el poder de la contemplación de momentos y de olvidarse de andar acelerado todo el tiempo. En el barco había más de 15 nacionalidades, llegando a veces a 20. El idioma que usábamos para comunicarnos era el inglés, al principio tuve miedo de mi inglés, pensé que hablaría como Sofía Vergara en Modern Family, sin embargo allí entendí que para muy pocos el inglés era el idioma nativo, todos tenían otras lenguas madres y lo cierto es que la comunicación se logró y siento que mi ingles mejoro.
Los días eran agotadores, trabaje todos los días, y siempre hay algo que hacer, sin embargo todo esto lo vale, al poder ver los atardeceres que solo el océano te puede entregar. También pude aprender mucho, tanto de biodiversidad marina como de la sobreexplotación de nuestros océanos, de cómo los recursos se están agotando y de cómo la contaminación los afecta a diario. Estuvimos en zonas donde deberíamos poder ver distintas especies, incluso ballenas, sin embargo todo estaba casi desierto, solo pudimos ver algunas a lo lejos, por lo que entendí lo importante de que nuestros océanos estén protegidos, y al menos en un 30% para el 2030, como lo propone Greenpeace.
Los 30 días que estuve a bordo del Esperanza, los califico como una de las mejores experiencias de mi vida, me permitió salir de mi zona de confort, conocer personas con distintas realidades de vida que dan su tiempo por hacer algo para cambiar las cosas.
Aun extraño los días en el barco, las conversaciones, las comidas, la banda, los maratones de serie en el lounge, pero sobretodo las personas que conocí. Si pudiera volver, definitivamente lo haría, es una experiencia que te llena completamente, que te enseña que las cosas son más simples, y que la rutina a la que estás acostumbrado no lo es todo.