De una oficina pequeña con una máquina de escribir a campañas que cambiaron leyes y movilizaron a millones: así es el recorrido de la organización ambiental que continúa presente como en sus inicios.

– © Greenpeace
Buenos Aires, abril de 2025 – En abril de 1987, cuando la preocupación ambiental empezaba a encontrar lugar en la agenda pública argentina, un grupo reducido de personas decidió que era hora de actuar. Así nació Greenpeace Argentina, la primera oficina de la organización en la región. El inicio fue modesto: una oficina pequeña, una máquina de escribir y un teléfono. Pero lo que había era convicción.

Esa misma convicción es la que hoy, 38 años después, sostiene acciones que alcanzan muchos puntos del país y movilizan a cientos de miles de personas en defensa del ambiente. Porque desde aquel primer día, Greenpeace Argentina eligió un camino: continuar en la región con los valores de la organización a nivel global y ser independiente, no aceptar aportes de empresas ni gobiernos, y apostar a la movilización ciudadana para lograr cambios reales.

Desde entonces, la organización fue protagonista de algunas de las batallas ambientales más importantes del país. Denunció el tráfico de residuos tóxicos, alertó sobre los riesgos de los basureros nucleares y promovió la sanción de leyes clave como la Ley de Bosques y la Ley de Glaciares. No lo hizo sola: detrás de cada logro hubo personas firmando, marchando, donando, compartiendo y creyendo.


“Hace más de tres décadas que demostramos que cuando la ciudadanía se organiza, puede frenar a los responsables de la destrucción ambiental.”, afirma Diego Salas, el Director de Programas de la organización.
A lo largo de estos años, Greenpeace Argentina multiplicó sus voluntarios, que hoy son cientos en ciudades como Salta, Mendoza, Córdoba, Rosario, Mar del Plata, Bahía Blanca, Posadas y Buenos Aires, y sumó nuevas causas: la protección de los océanos, los glaciares y los humedales, el impulso de las energías limpias, la denuncia del modelo de producción agroindustrial que arrasa con los bosques y contamina ríos y suelos.

En el norte argentino, por ejemplo, la organización fue clave para visibilizar y frenar desmontes ilegales en provincias como Salta, Santiago del Estero, Formosa y Chaco. “Nuestra lucha por los bosques nativos es una lucha por el clima, por la biodiversidad y por los derechos de las comunidades indígenas que habitan esos territorios”, sostiene Salas.

Hoy, en plena crisis climática y de biodiversidad , la organización no baja los brazos. Al contrario: vuelve a insistir en lo urgente, vuelve a poner el cuerpo, vuelve a tender puentes para que cada vez más personas se sumen. Porque si algo quedó claro en estos 38 años es que el cambio no solo es posible, sino imprescindible.