Ante la incertidumbre que trajo la pandemia y el aislamiento obligatorio, poder sembrar alimentos en mi balcón ha resultado ser una actividad sanadora. No tenía ningún conocimiento previo pero decidí empezar con una lechuga que compré y que tenía la raíz completa, la puse en agua y al cabo de unos días la sembré en tierra; sus hojas crecieron y tuvimos lechuga para preparar ensalada por un par de meses más. Después de un tiempo a la planta le empezó a salir un tallo con ramas y de estas brotaron flores; y antes de marchitarse le salieron sus semillas.

Para mí fue un proceso increíble, jamás había visto las flores ni las semillas de una lechuga, ni me había preguntado cómo eran, así que me anime a buscar información en Internet sobre alimentos que podrían cultivarse en el clima de Bogotá y fue una sorpresa para mi ver la gran variedad de frutas y verduras que podía sembrar en mi balcón y lo fácil que es; así que sembré cebollas, acelgas, espinacas, calabacín y zanahorias. Por otro lado, comencé a intercambiar plántulas con mis compañeros de voluntariado que también habían iniciado un cultivo en sus casas y cuando menos lo pensé ya tenía más de 20 plantas creciendo en mi balcón.

Las huertas urbanas son un recurso que están tomando fuerza en la ciudad para garantizar la seguridad alimentaria, así que se han iniciado huertas comunitarias en parques y jardines de la ciudad.

Un día una amiga me habló sobre una huerta de mi barrio la cual yo no conocía –a pesar de que está a 300 metros de mi casa– la conocí y empecé a involucrarme en los procesos de siembra que estaban realizando; fue allí donde tuve la oportunidad de participar de un curso gratuito y virtual sobre agricultura urbana dado por el Jardín Botánico de Bogotá. De esta experiencia salieron muchas cosas buenas, recibí el apoyo de esa institución para hacer crecer mi huerta, me dieron semillas, plántulas y demás insumos para cultivar más alimentos y aprovechar el espacio en mi casa.

Tener esta huerta ha sido una oportunidad para conectarme con la naturaleza, aprender los ciclos de las plantas, el tiempo y el esfuerzo que conlleva tener un alimento fresco y sin químicos en la mesa y en ese sentido ser más consiente de mi alimentación, la sensación de comer un alimento que cultivaste desde la semilla es indescriptible.

También he aprendido a hacer compost y con esto a abonar la tierra de mis plantas, a elaborar insecticidas y repelentes naturales; y a usar la creatividad para hacer materas y regaderas. Mi propósito es llegar a tener ciclos de siembra eficientes para no volver a comprar ciertos alimentos y poder garantizar una sostenibilidad al aprovechar los desechos orgánicos de la cocina y el agua lluvia para abastecer la huerta.

Pide una Nueva Ciudad

No hay “salud” en un planeta enfermo. Necesitamos alimentos de producción local, medios de transporte sostenibles y conservar espacios verdes. Tenemos que #Reiniciar_ la ciudad para construir un futuro verde y justo.

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