En especial durante los veranos, hay días tan calurosos que todos rogamos que llegue la noche para que tengamos un poco de alivio. Pero el sol cae y la ciudad continúa siendo de fuego. Abrimos las ventanas pero el aire no se mueve. Así, hasta querer dormir termina siendo una misión imposible.
¿Te suena esta escena? Si has vivido algo similar en tu ciudad, queremos decirte que entonces sentiste de cerca los efectos de la isla de calor.
Tal es el nombre que recibe la consecuencia por el cual áreas urbanas experimentan temperaturas significativamente más altas que las rurales. Detrás de este fenómeno está la planificación de la ciudad: concentración de edificios, pavimento y falta de vegetación.
¿Qué es el efecto isla de calor y por qué surge?
En 1817 Luke Howard descubrió la existencia de este fenómeno por primera vez.
Recién para 1958 surgió el concepto “isla de calor urbana” -tal como lo conocemos hoy- de la mano del climatólogo inglés Gordon Manley. Cuando el científico relacionó la reducción de las precipitaciones de nieve en las ciudades de su país con el aumento de las temperaturas en los ámbitos urbanos.
Desde entonces, se comprobó que al crecer la infraestructura urbana (desde edificios hasta calles y autopistas) cambian las propiedades térmicas y reflectivas, lo que afecta al microclima local. Es entonces que esas zonas se vuelven más propensas a retener el calor.
Esto se debe en parte a que los materiales de construcción utilizados en las urbes, que generalmente son oscuros, absorben más energía del sol. Con una dispersión más lenta de la radiación solar, hay más chances de que se generen las islas de calor.
Otro factor que contribuye a su ocurrencia es que vivimos en ciudades que están cada vez más densamente construidas. Y así, esta dinámica que ya es lenta de por sí hace que el aire caliente se mantenga por varias horas en este tipo de colonias.
A su vez la ubicación geográfica de una ciudad, las variables del clima local y la intensidad de cambios estacionales también afectan su formación.
Por último, hay una vinculación cercana con el cambio climático porque a medida que las temperaturas globales aumentan, las ciudades experimentan un calentamiento adicional.
Por todo esto, no hay que subestimar lo que genera el efecto isla de calor. No se trata sólo de restar confort a quienes habitan las ciudades sino que la salud de las personas se ve en riesgo real a causa del estrés térmico, golpes de calor y problemas respiratorios que puede generar.
Pero las complicaciones que traen no terminan ahí. Pues también contribuyen a la mala calidad del aire al aumentar la formación de contaminantes atmosféricos.
¿Qué soluciones existen frente al efecto isla de calor?
Para que las ciudades puedan “refrescarse” hay que empezar por exigir a los gobiernos que tomen medidas como sumar espacios verdes (o ampliar los existentes), plantar más árboles (y cuidar mucho a los que ya tenemos).
Ciudades como París ya tomaron la posta en este sentido plantando 25.000 árboles donde antes había asfalto, con la meta puesta en crear 300 hectáreas adicionales de áreas verdes de aquí a 2040.
Sin ir más lejos, está comprobado que las urbes donde hay cuerpos de agua y parques no se padecen temperaturas tan altas a lo largo del año.
Otra solución posible es crear un plan que permita aplicar a la brevedad la tecnología de las cubiertas verdes, que tiene el potencial de ayudar a mitigar el efecto isla de calor urbana.
Se trata de un sistema de ingeniería que permite el crecimiento de vegetación en la parte superior de los edificios (techos o azoteas), manteniendo protegida su estructura. Al igual que en otras áreas verdes, la vegetación que crece sobre una cubierta da sombra a las superficies y remueve calor del aire por evapotranspiración.
En definitiva, lo importante es prestar atención a este fenómeno que es habitual en muchas urbes del planeta para poder implementar medidas concretas a tiempo.