Se habla poco acerca de los transgénicos. Quizás sea por las cifras millonarias de dinero que derivan de su comercio y, también, porque es un tema que polariza las opiniones que lo hace difícil de abordar.
Sin embargo, mientras muchos callan, la superficie cultivada avanza. A nivel mundial, ya en diciembre de 2023 se calculaba que una extensión equivalente a España, Francia, Italia, Alemania y Polonia juntos (202 millones de hectáreas) estaba destinada a producir transgénicos.
De ese total, más de la mitad está en América Latina. Este avance tiene consecuencias en la salud de las personas y el medio ambiente. Como si fuera poco, implica serios riesgos para la conservación de la diversidad de semillas de nuestra región (y de toda la herencia que atesoran).
Los datos por sí solos llevan a nuevos interrogantes. Por citar apenas un ejemplo, hoy en la Unión Europea sólo está autorizado un cultivo transgénico, el maíz insecticida de Monsanto conocido como MON810. En tanto, sólo tomando en Argentina hay casi 80 transgénicos aprobados. ¿Por qué será esto?
¿Qué es un transgénico?
Se llama transgénico (Organismo Genéticamente Modificado y OGM, por sus siglas) a un organismo al que se le modifican sus genes en un laboratorio. Por ejemplo, se puede querer alterar la genética de una planta como el maíz con una bacteria con el fin de lograr que sea más resistente ante una situación de sequía, de inundación e incluso del uso de herbicidas.
Con esta intervención científica se obtiene un organismo vivo completamente nuevo. Para conseguirlo, se saltea la selección natural al intercambiar genes entre especies, e incluso reinos, que naturalmente no podrían cruzarse.
Entonces, ¿el uso de transgénicos es beneficioso?
En este contexto, no es beneficioso porque si bien esta técnica en sí puede permitir añadir más nutrientes a lo que ingerimos, lo que sería algo positivo para las personas, el foco no está puesto en mejorar la nutrición de la humanidad.
Por el contrario, se utiliza para controlar la producción de alimentos para que grandes empresas, como Bayer-Monsanto, Syngenta, DuPont-Pioneer y Dow AgroSciences, tengan mayores ganancias.
De hecho, en los casi 30 años de historia de la biotecnología alimentaria, más del 98% de mejoras en alimentos están relacionadas con la resistencia a los herbicidas e insecticidas que venden esas mismas corporaciones.
Así, los cultivos transgénicos se convirtieron en el exponente máximo del modelo de agricultura industrial. Lejos quedaron de dar solución al hambre mundial -como prometieron en un principio- al privilegiar el abastecimiento de granos para agrocombustibles y engorde de animales que luego se faenan para ser consumidos por los países más ricos.
Para peor, como decíamos, los granos modificados han desarrollado una resistencia a herbicidas como el glifosato lo que derivó en que se necesiten más aplicaciones de agroquímicos.
Por todo esto ya desde 2015, más de 300 investigadores independientes firmaron un posicionamiento conjunto en el que determinaron que no existía un consenso científico sobre la seguridad de los cultivos transgénicos y pedían que, por seguridad, se evaluara caso por caso.
¿Por qué los transgénicos ponen en peligro a las semillas autóctonas?
El combo de semillas transgénicas y agroquímicos (como el glifosato) fue impuesto desde hace varias décadas por las corporaciones como la “revolución verde” que permitiría producir más cantidad de alimentos de manera más rápida.
Se vendió como una solución posible pero terminó siendo la forma de los gigantes de ir avasallando la libertad de los productores a trabajar con sus propios bancos de semillas. Así, en la actualidad, todos los países de América Latina tienen leyes que fomentan el comercio de las semillas certificadas y otras normas de bioseguridad que promueven la siembra de las transgénicas y el uso de agrotóxicos.
Esto significa que para que se puedan comercializar, hace falta que la autoridad sanitaria certifique cuáles pasan al filtro, según varios criterios que abogan por la bioseguridad. Así hemos llegado a que desde 2019 seamos la región que más transgénicos produce del mundo.
Esto derivó a que en el último siglo se hayan perdido el 75% de las variedades de cultivos, según la Agencia de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). De seguir así, se estima que en otros 100 años sólo habrá cosechas que hayan pasado por un laboratorio. Es decir, adiós a la biodiversidad agrícola.
¿Qué pasa con los transgénicos en Europa?
Llama la atención que en la Unión Europea ya sólo España y Portugal utilizan transgénicos. Es más,17 países han prohibido el cultivo al tiempo que la superficie cultivada en España sigue disminuyendo hasta llegar, en 2020, a los niveles de 2011.
Uno de los motivos para erradicar su utilización es la evidencia de que la coexistencia entre cultivos transgénicos y cultivos convencionales y ecológicos es imposible pues la contaminación genética es inevitable.
Pese a que el cultivo de transgénicos está autorizado desde 1998 en la UE, sólo en dos países se cultiva este maíz (España y Portugal) y sólo en España a una escala importante. Incluso el principal productor europeo de maíz, Francia, ha prohibido su cultivo, lo mismo que otros 17 países y cuatro regiones de otros dos países: Alemania, Austria, Bulgaria, Croacia, Chipre, Dinamarca, Eslovenia, Francia, Grecia, Hungría, Italia, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Malta, Países Bajos y Polonia, Valonia (Bélgica) y Gales, Escocia e Irlanda del Norte (Reino Unido).
Hay otro camino posible
Construir un movimiento de resistencia frente a la expansión de este modelo es fundamental y es el primer paso para cimentar la solución definitiva: la apuesta decidida por la agricultura ecológica 🌱.