Cuando se vive en las ciudades, registrar lo que ocurre en la naturaleza puede resultar algo lejano. Sin embargo, si prestamos un poco de atención enseguida aparecen las señales. Los pastos amarillos en los parques. Las semanas que pasan sin que caiga ni una gota de agua. Cielos turbios en un día de sol. Noches de lunas rojas o naranjas. Y claro, el olor a humo cada vez más frecuente.
Es que por mucho que el cemento quiera aislarnos, las personas somos uno con el planeta que nos cobija y es imposible escapar al hecho de que vivimos una sequía extrema y que, además, nuestro entorno está en amenaza permanente.
Es que en una situación como la actual, los ambientes secos son parte del combo perfecto para el desastre. Así, los incendios forestales se convierten en moneda corriente de la mano de la falta de previsión estatal y los intereses privados, como estamos comprobando cada día.
Un presente con poca agua
55% del país padece la falta de agua en sus suelos, lo que actualmente representa 1,64 millones de kilómetros cuadrados afectados por la problemática, según los últimos informes realizados al 5 de enero pasado por el Sistema de Información sobre Sequías para el sur de Sudamérica (SISSA).
El panorama en Argentina, según SISSA, queda de la siguiente manera: 45,52% se encuentra en un estado de “no seco” mientras el resto del país: 22,19% del territorio argentino (unos 555.812 km2) exhibe una situación de “sequía moderada”, otro 14,39% (360.466 km2), muestran una “sequía severa”, un 8,9% (222.939 km2), un área “anormalmente seca”, un 7,43% (186.148 km2), con “sequía extrema”, y otro 1,57% (39.384 km2), con un estado de “sequía excepcional”.
Los especialistas explican esta situación crítica por la persistencia del fenómeno de La Niña sumado a la baja en las precipitaciones en la región. Muchos escépticos dirán que tanto las sequías como La Niña siempre existieron y que estos fenómenos se han dado desde tiempos anteriores. Lo cual en gran medida es cierto.
Lo que se les olvida (o ignoran) es que en un contexto de crisis climática como el actual y con la pérdida de los pulmones verdes que también regulan la humedad en el ambiente, estas situaciones de sequía traen efectos aún más devastadores y prolongados. Además de que se sucederán cada vez a menores intervalos, dejándonos menos margen de respuesta frente a sus impactos.
Como contracara de la sequía, los incendios que no dan tregua
Como resultado de un entorno más seco y temperaturas más altas no es de extrañar que el fuego se vuelva más frecuente. Es por esto que en los últimos tres años aumentaron significativamente los incendios forestales, según lo relevó nuestro informe Deforestación en el Norte de Argentina.
El fuego se llevó 95.000 hectáreas en Salta y 25.000 hectáreas en Jujuy, incluyendo cerca de 5.000 hectáreas del Parque Nacional Calilegua, según datos del Servicio Nacional de Manejo del Fuego (SNMF).
Es importante resaltar que Chaco y Santiago del Estero siguen siendo dos de las provincias que lideran el ranking de desmontes, según nuestro último reporte anual.
Detrás de la devastación de bosques y pastizales, las razones suelen ser la negligencia o la especulación. Se estima que “95% de los incendios forestales son producidos por la mano del hombre, siendo dentro de estos los principales escenarios fogatas y colillas de cigarrillos mal apagadas, el abandono de tierras, la preparación de áreas de pastoreo con fuego”.
Al mismo tiempo, “los factores climáticos como la falta de precipitaciones, las temperaturas elevadas, el bajo porcentaje de humedad, las heladas constantes y los vientos fuertes inciden en su propagación”.
Tanto fuego deriva en que, de forma preliminar, la sumatoria de áreas desmontadas e incendiadas sugiere que la pérdida de bosques nativos durante 2022 en el norte del país podría superar las 200.000 hectáreas.
Se hace evidente que las multas no son suficientes para desalentar desmontes ilegales e incendios forestales; y los responsables rara vez son obligados a reforestar. En muchos casos es clara la complicidad de funcionarios.