Bicicletas urbanas © Gordon Welters / Greenpeace

Bicicletas urbanas

La bicicleta es sinónimo de libertad. Eso lo podría afirmar cualquiera que se haya transportado en este vehículo, pues la sola sensación de pedalear y sentir el aire acariciando nuestra piel basta para brindarnos beneficios a la salud y, por supuesto, a la economía. Se trata de una herramienta que manejamos a nuestro arbitrio, conectándonos directamente con un ejercicio altamente saludable. Pero pocos saben que este invento revolucionó el transporte durante el siglo XIX y, algo muy importante, que significó una verdadera revolución en el incipiente movimiento feminista.

Ni siquiera el alemán Karl Drais pensó, al fabricar la “máquina de correr” a la que posteriormente bautizó como “draisiana”, que este objeto llegaría a convertirse en un estandarte para la liberación femenina. Aquel aparato, fabricado en 1817, consistía en dos ruedas de madera armadas en línea recta con un pequeño asiento y sin frenos ni pedales, lo cual lo hacía peligroso y difícil de manejar, ya que había que frenar e impulsarse con los pies. Habrían de pasar más de 50 años para que otros inventores, el francés Ernest Michaux y más tarde el inglés James Starley, agregaran pedales y replantearan el diseño de la bicicleta, con el fin de evitar caídas y hacerla más manejable. Las ruedas de madera fueron sustituidas gracias al escocés Robert William Thomson por neumáticos hechos a base de goma, cuero y remaches. Al fin, en 1885 el también inglés John Kemp fabricó una bicicleta llamada “de seguridad”, con dos ruedas del mismo tamaño impulsadas por una cadena. Este prototipo es el que ha permanecido hasta hoy.

Mujer en bicicleta © Gordon Welters / Greenpeace

Mujer en bicicleta

El nuevo invento tenía como objetivo principal dejar de usar animales en la transportación de mercancías y abaratar los costos. Pero inventores, productores y comerciantes nunca imaginaron que las mujeres se apropiarían de la bicicleta para reafirmar y hacer crecer su empoderamiento. En efecto, el uso de la bicicleta obligó a que la vestimenta de seis kilos, apretados corsés y faldas largas, fuera reemplazada por pantalones ligeros llamados bloomers y ropa que no ciñera al grado de no poder manejar el manubrio. La respuesta de hombres y mujeres que preferían la tradición y lo convencional no se dejó esperar: agresiones verbales y físicas sufrieron las primeras ciclistas de la historia. Apoyaban sus argumentos con las declaraciones de médicos que aseguraban que la bicicleta era perjudicial para los órganos reproductores femeninos y para el sistema nervioso.

Angeline Allen en Nueva York, Emma Eades y la aristócrata Lady Florence Haberton en Londres y muchas mujeres más, desafiaron las posiciones que pretendían negarles el uso de la bicicleta y se atrevieron a montarse en ella vistiendo bloomers. Annie Londonderry, nacionalizada estadounidense, fue la primera mujer en dar la vuelta al mundo en dos ruedas. Nueva York-Chicago-El Havre Francia-París-Marsella-Egipto-Jerusalén-Singapur-San Francisco-Los Ángeles-Debver-Boston fue la ruta. 15 meses duró el recorrido, donde tuvo que cambiar su pesada bicicleta por una para hombres debido a que ésta resultaba más ligera. El periódico New York World describió su viaje como “el más extraordinario jamás emprendido por una mujer”. Poco a poco la sociedad aceptó los cambios que la bicicleta trajo al mundo, y en países como India y China es el medio de transporte más utilizado hasta nuestros días.

Manifestación ciclista © Livia Ferguson / Greenpeace

Manifestación ciclista

Pero aparte de ser un instrumento de libertad para quienes la usan, la bicicleta aporta beneficios a la salud que todos debiéramos tomar en cuenta a la hora de elegir un deporte o decidir en qué nos transportaremos a la escuela o el trabajo. El corazón se ve beneficiado porque mejora notablemente la circulación de la sangre, disminuyendo la presión sanguínea. También los pulmones se benefician por la actividad en bicicleta, ya que al aspirar mayor cantidad de aire se aumenta la capacidad pulmonar. Y para personas con sobrepeso, trátese de bicicleta convencional o fija, resultará de gran ayuda, pues al pedalear quemamos grasa principalmente en abdomen y piernas. Los huesos se hacen más resistentes y las articulaciones se mantienen sanas. Mental y emocionalmente, andar en bici hace que reduzcamos el estrés y produzcamos endorfinas, sustancias naturales que nuestro cerebro sintetiza y que, entre otras cosas, alivian el dolor y producen placer y bienestar. La bicicleta es, pues, el medio de transporte más sustentable que pueda existir y, lo mejor, que está al alcance de todos.

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