Si sobre una mesa se reunieran las distintas variedades de maíz mexicano, sería como voltear al cielo en un ocaso pleno y sublime. Sus colores oscilan desde los granos de claridad ambarina, pasando por los ocres, purpúreos, rojizos, azules y pintos, hasta llegar a la más insondable negrura.
México es el hogar de 59 especies nativas de maíz. Desafortunadamente son poco conocidas porque durante las últimas décadas se han visto bajo la amenaza de desaparecer a causa de la industrialización, especialmente desde que se comenzó a importar semillas genéticamente modificadas.
A estas variantes se les conoce como maíz transgénico. Fueron creadas en laboratorios para resistir potentes y mortíferos herbicidas como el glifosato. Sin que se nos informe al respecto, actualmente ese veneno se encuentra en muchos alimentos que comemos todos los días, incluso a pesar de que ha sido clasificado como probable cancerígeno por la Organización Mundial de la Salud. Su uso intensivo es también una amenaza para la biodiversidad y los ecosistemas.
México es autosuficiente en la producción de los maíces sobre los que se fundamenta nuestra dieta básica. Sin embargo, el uso de los transgénicos nos ha llevado a la imposibilidad de decidir y controlar plenamente nuestros propios sistemas alimentarios. Esto se debe a que una tercera parte del consumo nacional se da a partir del maíz amarillo transgénico que se importa principalmente de Estados Unidos para forraje y uso industrial, con el cual se elaboran cientos de productos dañinos para la salud
Gracias a años de intensas luchas integradas por movimientos campesinos, organizaciones entre las que se encuentra Greenpeace, personas científicas, de la academia y la propia ciudadanía, en 2020 se emitió un decreto presidencial para prohibir progresivamente la importación de glifosato y maíz transgénico para 2024. La respuesta no se hizo esperar. Esta medida fue atacada por las grandes industrias que han obtenido millones y millones de dólares gracias a la venta de esos productos, la más poderosa es Bayer-Monsanto, que de inmediato entabló medidas legales para evadir esta disposición. Su mecánica es simple: nos venden sus semillas transgénicas patentadas por ellos mismos, y luego sus productos a base de glifosato para hacerlas crecer.
La presión de las industrias ha sido tan fuerte que en agosto de 2023 el gobierno de Estados Unidos, seguido por el de Canadá, demandaron a México ante un Panel de controversias internacionales por daños económicos, en el cual un grupo de expertos deberá decidir el caso conforme a las reglas del T-MEC, el tratado de libre comercio que existe entre los tres países. Este desafío es grandísimo, pues será determinante para que en México podamos proteger nuestro patrimonio agrícola y nuestro derecho a decidir sobre qué modelo de producción y consumo alimentario queremos, lo cual es fundamental para asegurar nuestro bienestar y el de los ecosistemas de los que dependemos.
Se espera que la decisión de este panel de controversias se haga pública en los siguientes meses. Se trata de un caso histórico si consideramos que se marcará un precedente a nivel mundial para regular la biotecnología y la protección del medio ambiente. Veremos también qué tanto se prioriza la salud de las personas.
Ante este dilema, es necesario unirnos para defender nuestro maíz, nuestra salud y nuestro medio ambiente. Desde hace más de una década, Greenpeace es parte de la campaña Sin Maíz No Hay País, desde la cual se han hecho grandes movilizaciones para exigir condiciones de justicia para el campo, para mejorar nuestra situación alimentaria y ambiental. Sin embargo, más que una campaña, es un testimonio de nuestro compromiso con la vida. Seguiremos trabajando juntos para preservar nuestra riqueza biocultural y garantizar un futuro saludable para todas las personas.
Tú también puedes ser parte.