Este 15 de septiembre, el Grito de Independencia resonará una vez más al tañido de las campanas desde los balcones nocturnos de los pueblos y ciudades mexicanas. Nuestra bandera tricolor ondeará al aire y millones de personas responderán con un enérgico ¡Viva! para celebrar la identidad que hemos forjado como nación durante los últimos dos siglos.
No es casualidad que nuestro escudo nacional, símbolo patrio por excelencia, enmarque una escena de la belleza y la poderosa fuerza de la naturaleza. El paisaje y sus elementos han sido la base sagrada sobre la que se construyeron los símbolos que hoy nos dan identidad.
Si pudiéramos volar muy lejos, allá donde las luces urbanas ceden ante el brillo de las estrellas, hasta el mismo corazón de la Selva Maya, podríamos escuchar otro grito nocturno, el potente rugido del jaguar, que en maya recibe el nombre de Balam. Su belleza ha sido admirada y venerada desde los más remotos tiempos. Ancestrales gobernantes tomaron su nombre; los guerreros luchaban inspirados por su fiereza; muchos lugares se nombraron en su honor.
Es una criatura sigilosa y solitaria. Pertenece a la noche. La libertad es el sello de su existencia. Se distingue por ser un trotamundos, pues recorre largas distancias dentro de su hábitat, la selva, en busca de nuevas presas y potenciales parejas para su apareamiento. Balam y el agua son una dualidad inseparable, por eso se le ha visto adentrarse frecuentemente en las cuevas que están debajo del suelo de la península de Yucatán, que funcionan como reservorios de agua, refugios para el calor del día, lugares que facilitan sus encuentros amorosos y el alumbramiento de las nuevas crías. Este félido que ha sido considerado como el rey de la selva, hoy ve su existencia amenazada.
La reducción de sus espacios ha condenado su propia independencia. Sus recorridos, necesarios para asegurar la sobrevivencia de su especie, han sido cada vez más restringidos por enormes máquinas y bulldozers que pueden arrancar hectáreas enteras de árboles en un solo día. Su selva se ha fragmentado como nunca antes por el crecimiento de las ciudades, las carreteras, la construcción de grandes hoteles y centros turísticos, así como inmensas extensiones de selva quemadas intencionalmente para sembrar campos de monocultivos industriales. Sus cuevas están siendo envenenadas con agrotóxicos y combustible, taladradas para abrir paso a un tren con el que se piensa inundar de turistas toda la región.
En su búsqueda de refugio y alimento, en numerosas ocasiones se ha avistado a miembros de esta familia Balam desplazados de su propio reino, hurgando en basureros de zonas que ahora son urbanas, atropellados en carreteras por coches que circulan a toda velocidad, imposibilitados de atravesar una brecha de más de mil kilómetros hecha para “conectar” humanos pero que ha desconectado su entorno natural y con ello sus posibilidades de reproducción.
No todo está perdido
Aún podemos hacer algo para proteger la Selva Maya, hogar de esta majestuosa criatura y de miles de especies más que forman parte de la riqueza biológica y cultural de nuestra nación y por tanto, de nuestra propia identidad mexicana.
Nuestros orígenes están fundados en la naturaleza como un elemento sagrado. Conectar con nuestra Patria es voltear a mirar esos elementos y restaurar nuestra armonía con ellos. Por eso te invitamos a sumarte a nuestra campaña para proteger la Selva Maya y que todos juntos lancemos ese grito por nuestra patria verde, al sonoro rugir del jaguar.
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