La tierra dejó de moverse. Nos miramos. Respiramos profundo y el aire olía a incertidumbre: la ciudad que siempre nos sostiene ese día se había transformado. El espacio público, la calle, dejó de ser la tierra del combate y se convirtió en la casa de todas y todos.

Luego de darnos cuenta del desastre en el que nos paramos, nadie podía quedarse sin hacer nada. No queríamos porque se hizo posible lo que era improbable: los edificios nuevos se cayeron primero, las comunicaciones en línea se atrofiaron, y la vialidad, con sus puentes y autos, se paralizó por días enteros.

Mientras, la urgencia se contaba en muertes, personas atrapadas que podían estar con vida. Familias gritando sus nombres. Nadia podía detenerse. Además de calma, ese día tampoco había tiempo. Al contrario, como un impulso colectivo, la mayoría salió de sus casas o trabajos y no regresó hasta que creyó que la emergencia ya había pasado. Las noticias nos daban el pulso: “se reporta un derrumbe en las colonias del centro”, “se necesitan herramientas para romper piedra en varios puntos siniestrados”, “urgen medicamentos en las zonas cero”.

 

Pedro Mera

Quienes sobrevivimos no teníamos más mandato que el de movernos. Movernos rápido. Movernos en grupo. Movernos sin estorbar al resto. Era tan grande el impulso de tantas personas que un tránsito colapsado no iba detener a nadie. Entonces sacamos las bicicletas. Les quitamos el polvo, la pedimos prestada, o simplemente le dimos un uso distinto al que hasta entonces le habíamos dado. La bici nos acompañó y así nos acompañamos entre nosotros.

En esos días, en los que prender un motor podía derivar en un incendio o pasar rápido con un camión o coche podría ser un nuevo derrumbe, las personas nos subimos al vehículo más ligero, más compacto, más rápido y menos contaminante: una bicicleta.

La bicicleta nos levantó el día en que nos caímos. Llevamos ayuda (comida, medicamentos, herramientas, o unas manos más para pasar escombro) hasta donde los coches no entraron. Y de un punto nos fuimos a otro, y luego a otro…

-¿A dónde vas?
-Donde se necesite
-Aquí nos sobraron cubetas. ¿Te las monto en tu parrilla para que se las lleves a otro punto
– Dámelas. Las llevo y ahorita regreso

 

19s

 

Esos días, semanas, la ciudad nos demostró que un hecho natural puede convertirse en catástrofe cuando no lo prevenimos; que cuando se construye sobre desigualdad, el desastre lo sostiene quienes están más abajo; y que todas las personas nos movemos distinto, pero nos movemos y necesitamos espacio para ello.

 

entrega sofi

 

Del sismo de hace un año aprendimos que si la ciudad se reconstruye y se levanta no va a ser esperando a las autoridades sino con las bicicletas y las personas que piensan en colectivo, porque ese medio de transporte, y el impulso de construir más poder entre más personas, nos permitió movernos sin afectar al otro, al contrario, movernos juntas para levantar al resto.

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