Por Valeria Argenzio, Coordinadora de Loyalty
Sin duda, ser una persona que defiende el territorio y su biodiversidad en nuestra región tiene sus particularidades y sus riesgos. Nos adentramos en ellos en esta nota.
Nacidos de las más diversas tradiciones y pasados, y unidos por una misma sensibilidad hacia la trama de la vida, son miles los hombres y mujeres que conforman el movimiento ambiental latinoamericano.
Su mensaje de resistencia y unión con la tierra atraviesa desde los Andes a las costas del Atlántico y hace eco desde México hasta el punto más austral de Argentina.
Es su vocación y dedicación la que permite el crecimiento de los cambios que necesitamos como humanidad. Son ellos y ellas quienes mejor entienden que, tras tres siglos desde la Revolución Industrial, ya no basta solo con defender a los ecosistemas de su destrucción.
Se impone con urgencia la tarea de regenerar y recuperar todo lo devastado. Y, al mismo tiempo, de cambiar las reglas del juego para dejar de emitir gases que calientan nuestro planeta más y más.
Esta conciencia de que la misión que nos convoca no conoce fronteras es la que lleva a que concibamos a Greenpeace Andino (Greenpeace Colombia, Chile y Argentina) como uno solo. Es, también, la que hoy nos trae a celebrar y honrar a los y las ambientalistas latinoamericanas.
Latinoamérica: el lugar más peligroso para defender el ambiente
En septiembre pasado, la ONG británica Global Witness difundió su tradicional informe sobre los defensores del ambiente que dejaron su vida en la lucha durante 2022. Una vez más, fue Latinoamérica la que se llevó el lamentable primer puesto con un 88% de los asesinatos producidos en la región, un porcentaje cada vez mayor.
Fueron al menos 177 defensores de la tierra los asesinados por intentar proteger el planeta. Esto significa, una persona muerta cada dos días.
Otra triste noticia es que Colombia resultó ser el país con más asesinatos del mundo, con 60 muertes el año pasado (y 382 desde 2012), más de un tercio del total global. Estas cifras, que casi duplican el número de homicidios registrados en el país en 2021, se producen a pesar de que Colombia ratificó en octubre de 2022 el Acuerdo de Escazú, un tratado regional jurídicamente vinculante para proteger a los defensores del medioambiente.
Los problemas ambientales vistos con la lupa del género
Todo ambientalista sabe que no se puede comprender (ni atender) a la crisis climática y de biodiversidad que marca nuestro tiempo sin tener presente el factor social, que le es fundante.
Y, por añadidura, no se pueden afrontar los problemas ambientales sin poner particular atención al hecho de que afectan en mayor medida a las mujeres. Hay datos comprobados que demuestran que la desigualdad de género deja a este grupo más expuesto y vulnerable en situaciones de catástrofe.
Tal vez por este motivo, son miles las mujeres que enarbolan causas verdes en Latinoamérica. Desde lo profundo del continente y también en plena ciudad, ponen el cuerpo y dedican su tiempo para evitar la destrucción de la naturaleza y defender los derechos de las personas y las comunidades más oprimidas.
En este día especial, desde Greenpeace hacemos un reconocimiento a las socias y a las distintas ambientalistas de nuestra región. Celebramos su compromiso y su fuerza recordando también a las que han sido asesinadas:
El futuro es ancestral
Esta es una frase muy potente que cada vez se escucha más: “El futuro es ancestral”.
No podemos más que relacionarla con el proyecto audiovisual Magmandinas, donde mostramos la fuerza de la mujer latinoamericana y la naturaleza. En el documental registramos la icónica ascensión al volcán Ojos del Salado, en Chile, una de las cumbres más altas del continente y del mundo, simbolizando la reconexión tan necesaria de las mujeres con la Madre Tierra.
La idea central viene de las voces feministas de distintas latitudes latinoamericanas. Desde su discurso, cuestionan la propia desconexión con la Pachamama y retoman a las cholitas como una inspiración para todas y todos.
En este sentido, plantean que es momento de recuperar las prácticas y las filosofías ancestrales, volver a conectarnos con la naturaleza y protegerla como una extensión más de nosotras mismas, como lo hacían con sabiduría nuestras ancestras.
Nos invitan a unirnos más allá de las fronteras y visibilizar las luchas y resistencias que siempre están vinculadas con la soberanía del cuerpo y la defensa de la tierra.
Así como el ser mujeres latinoamericanas, parte de un territorio en común, fue la primera condición para que se origine la acción feminista, como ambientalistas la fuerza debe crecer desde esa misma conciencia.
En definitiva, las grandes respuestas a los problemas ambientales de hoy ya fueron escritas por civilizaciones antiguas. Solo nos queda volver a dialogar con otras cosmovisiones para tomar aquello que nos permita sanar la relación con la tierra (y con la humanidad también).
No es tarea fácil deconstruirnos para desestructurar nuestra sociedad y así descolonizarnos. Pero es un trabajo necesario si queremos derribar el orden patriarcal que está acabando con el planeta.
No podemos salvar a la naturaleza en un mundo en guerra
Se trata de frenar el sufrimiento innecesario que desatan las guerras, en general digitadas por hombres de poder aunque quienes pagan con su vida sean las niñeces (95% sufre de ansiedad, trauma y depresión y las mujeres (que son secuestradas, violadas y asesinadas).
Además, claro, del enorme daño que sufre la naturaleza y de las emisiones contaminantes que la actividad bélica provoca y que agravan el cambio climático. Por ejemplo, los cuatro años de la guerra en Irak generaron 141 millones de toneladas de CO2 (dióxido de carbono), el equivalente a 25 millones más de coches circulando en un solo año, según datos de Slow Factory, una ONG estadounidense que imagina y crea soluciones para enfrentar el cambio climático.
Por todo esto, exigimos el cese al fuego y decimos fuerte y claro que “Ni la tierra, ni las mujeres, ni las especies somos territorios de conquista”.