Por Eliana González, periodista y directora de la Fundación Mamacitas en Bici.
Una oleada de calor ingresa directo a mi boca, invade mi nariz, mi garganta y mis pulmones. Por unos segundos aguanto la respiración y giro mi rostro a un costado sin dejar de pedalear. Los lentes que sostienen el marco de mis gafas y que protegen mis ojos se tiñen de gris, un gris espeso que traspasa el vidrio y que toma forma entre mi cabello, mi silueta, la de mi hijo y mi bicicleta.
La sustancia proviene algunas veces de un bus del Sistema Integrado de Transporte Público (SITP), de un transporte motorizado de carga, como tractocamiones y furgones, y en otras ocasiones, de las motos. En todos los casos nosotros como ciudadanía y mi familia somos invisibles.
Justo detrás de los buses, con un pie en el suelo y el otro en el pedal, estoy yo con mi bici cargo. En ella transporto a mi hijo de 10 años todos los días, al colegio temprano en la mañana y también en la tarde, y en otras ocasiones, voy en bicicleta a diferentes puntos de la ciudad de Bogotá.
No soy bici mensajera, pero sí bici activista, tal vez una de las únicas en Colombia que habla de ‘Movilidad de Cuidado’, esa que tenemos a cargo en mayor proporción las mujeres y que la mayoría ni siquiera sabe que existe.
Durante los últimos seis años hemos utilizado la bicicleta como vehículo principal para movilizarnos, en parte por su economía y también por la reducción de tiempos que implica usarla en una ciudad tan congestionada como Bogotá. Pero sobre todo, como estilo de vida en el que priorizamos la conciencia ambiental y el derecho a vivir en una ciudad con transportes más amigables y sostenibles.
En la capital de nuestro país la movilidad y el transporte representan el 60% de las emisiones causantes del cambio climático en la ciudad. Diariamente en Bogotá se hacen 13 millones de viajes, y 1.2 millones son en bicicleta, lo que representa solo el 6.6% de toda la movilidad.
De ese 6,6% de viajes en bicicleta menos del 50% son realizados por mujeres. En la mayoría de los casos, los recorridos de las mujeres suelen estar relacionados con el cuidado de otras personas. Esto implica peso, una preparación en tiempos mucho más larga antes de salir de casa, múltiples paradas en los recorridos y las recurrentes adaptaciones a la bicicleta para transportar a los niños.
Cuando el semáforo cambia, tomo impulso y me siento en mi bicicleta. Avanzo por la ciudad con la misma necesidad de llegar a mi destino como cualquier otra persona que viaja en el transporte público, con la diferencia de que en su caso va respirando el smog desde el interior del vehículo, mientras a nosotros nos cae en la cara.
El cóctel de smog que nos prepara Bogotá todos los días contiene dióxido de nitrógeno, ozono, monóxido de carbono, dióxido de azufre y compuestos orgánicos volátiles. Todo esto enfrascado en el prestigioso empaque de partículas finas y ultrafinas que ingresan a nuestras vías respiratorias y que pueden ocasionarnos un futuro cáncer.
Diego, mi hijo de diez años, se cubre la nariz y la boca con su tapabocas y esquiva el humo ocultando su rostro detrás de su maleta del colegio. Él viaja en la parte superior de la bici cargo.
Por lo general, disfruta los viajes en bicicleta, le gusta poder hablar conmigo mientras observa el sin número de acontecimientos que ocurren a nuestro alrededor. Me cuenta de los perros que ve caminando por el andén, de los grafitis que se dibujan calle a calle, de las familias que corren porque, al igual que nosotros, van tarde hacia el colegio.
Él no se había percatado, pero 10 minutos antes no quería salir de casa ni ir a la escuela por causa del sueño que conlleva levantarse temprano. La bicicleta lo mantiene activo, despierto, pero sobre todo atento a las eventuales sorpresas que trae la vía. Salvo por esa oleada de calor que nos alcanza una y otra vez en medio del tráfico cuando los carros se detienen y vuelven a arrancar justo al frente de nosotros.
Después de pasar por las calles en mal estado, huir del tráfico entre las cuadras de los barrios, sobrepasar algunos peatones y ciclistas; encontrarnos con la persona que vende tintos en bicicleta, y que va parando en los pocos negocios que están abiertos a las 7 de la mañana; ver a un par de ciudadanos dormidos entre cartones al costado de un almacén que aún permanece cerrado, y esperar a que en la última avenida que debemos atravesar los carros nos den paso, llegamos a un pequeño colegio en el que mi hijo aterriza totalmente despierto.
Una vez que termino mis tareas de cuidado de la mañana comienzo mis actividades laborales. En esta ocasión, para escribir este blog hablé con Carolina Lugo, una bici mensajera, activista y madre que me contó cómo es su movilidad en bicicleta cuando viaja por la ciudad con Luciana, su hija. De paso, me comentó cómo padece la calidad del aire en las diferentes localidades de Bogotá mientras realiza sus entregas de mensajería cotidianas.
“En la madrugada no se siente tan denso el aire, puede ser porque tarde en la noche baja la afluencia vehicular. Después de finalizar la hora pico de la mañana justo a las 9 am, el aire queda muy pesado, sobre todo en calles como la 30, la Cali desde la 13 hacía el sur y la Boyacá todo el tiempo, todo el día¨, me cuenta Carolina.
Ella ha realizado labores de mensajería por más de cinco años, conoce la ciudad de izquierda a derecha y de norte a sur. Prepara sus rutas con anterioridad para tomar las mejores decisiones frente a la rapidez de sus entregas, sin olvidar ni dejar de lado sus labores de cuidado.
Así como yo, muchas veces la primera tarea del día que afronta Carolina tiene que ver con uniformes, desayunos, loncheras y un viaje al colegio, para luego recorrer toda la ciudad en su bici cargo.
Carolina me comentó: “Uno andando todos los días en bicicleta por la ciudad le da un respiro a los pulmones cuando entra por las calles de los barrios a hacer domicilios. Descansa uno de la contaminación del aire, como de la contaminación auditiva, es un respiro que uno puede darse un momentico. Cuando voy con la niña procuro evitar las vías principales, porque el exosto de los buses le queda en la carita. No hay un solo SITP que no bote humo negro de forma indiscriminada. Es difícil, por lo menos la calle 72 si me toca tomarla detrás de los buses.”
A diferencia de Carolina, yo trabajo como periodista desde casa. Mis viajes en bicicleta están relacionados a ir a cubrir eventos o a realizar actividades y talleres con mi Fundación Mamacitas en Bici. Es una organización pionera en Latinoamérica en trabajar con madres cabeza de hogar desde el uso de la bicicleta, mientras creamos proyectos de innovación social para cerrar brechas de violencias basadas en género, y con la cual generamos conversaciones en torno a la movilidad del cuidado.
Las horas pico son las horas más tortuosas para andar por la ciudad. Es la receta perfecta para encontrar el caos, el ruido y el mal olor en un semáforo y repetir la historia en el siguiente. Además de enfrascarse en situaciones de estrés con otros actores en la vía, que no suelen tener en cuenta el espacio del ciclista, y que por lo general, es percibido como intruso. Una masa de personas que se mueve sin hacer ruido y que ocupa muy poco espacio es la que, en su mayoría, causa más molestias a la sociedad que gira en torno a una cultura centrada en el auto.
A Carolina, que sí transita la ciudad durante todo el día por su trabajo, le resulta familiar notar las diferencias en la calidad del aire entre los distintos horarios y recorridos que hace en la jornada.
“A las 4 o 5 de la tarde, que llega la hora pico, el aire es terrible, se siente el olor a humo. Yo mantengo tos constante todo el tiempo a raíz de eso. Trabajar como bici mensajera contribuye a mejorar la movilidad y a reducir las emisiones de gases contaminantes, pero al mismo tiempo, nos estamos tragando todo el smog”.
En una ciudad que busca convertirse en ‘La Capital Mundial de la bici’ con los actuales 590 kilómetros de ciclorrutas permanentes y 7 kilómetros de ciclovías temporales, los retos son inmensos, empezando por los problemas de seguridad que enfrentan los y las ciclistas.
En Bogotá se roban más de 10 mil bicicletas por año, eso sumado a la infraestructura en mal estado, la violencia de género y la mala calidad del aire que se agudiza en localidades como Kenndy, Usme, Ciudad Bolívar, Puente Aranda y Bosa.
Por el momento, nosotras las bici activistas, bici mensajeras, mamás ciclistas y ciclistas en general nos seguiremos enfrentando al aire contaminado y al humo caliente y gris. Continuaremos hablando de la tos que ya no se va y de los retos que vienen en temas de salud y para la ciudad con respecto al cuidado del aire.
El futuro de la movilidad es en dos ruedas, sin motores, ni emisión de gases contaminantes. Pero el futuro es ahora, es lo que estemos dispuestos a construir en este instante. Cuento contigo.
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