Rio de Janeiro vive la ola de calor más intensa desde 2014. En este contexto, el sábado pasado la sensación térmica llegó hasta los 59,7 grados centígrados, superando el récord de 59,3°C registrado el viernes en el barrio de Guaratiba.
Durante los últimos meses, Brasil viene sufriendo el impacto del clima extremo que los expertos atribuyen al calentamiento global y al fenómeno El Niño. El combo incluye altas temperaturas, una sequía histórica en el norte e intensas lluvias acompañadas de ciclones en el sur del país.
Este calor no es normal en la primavera austral y está afectando a gran parte del centro y el sureste del país.
Por ejemplo, el martes pasado, cuando inició la escalada de las temperaturas, en Brasilia se vivió la mayor temperatura del año y un máximo para noviembre desde el inicio de las mediciones, en 1962, con 37,3 °C, según informó Inmet. En tanto en San Pablo los termómetros subieron en promedio hasta 37,3 °C.
Como es esperable en este tipo de escenarios, los mayores impactos recaen sobre las personas más pobres quienes viven en barrios donde hay más densidad poblacional, en casas sin aislamiento, con techos de metal y poco ventiladas.
Sin embargo, las olas de calor no reconocen clases sociales y no estar preparados para enfrentar el calor extremo pone en riesgo la salud de todos por igual.
Tanto es así que durante el concierto de la cantante estadounidense Taylor Swift del viernes 17 una joven murió a causa de un paro cardíaco provocado por la deshidratación. Ante la tragedia, se suspendió el segundo show que se tenía programado en la ciudad.
En el transcurso de 2023 hemos roto distintos récords de temperatura en todo el mundo. No normalicemos la emergencia climática que vivimos. Redoblemos las acciones y exijamos más que nunca que los gobiernos y empresas actúen para frenar el cambio climático.
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