“Hay un discurso dominante, que es que son las corporaciones las que nos dan alimento. ¡Pero hace 100 años no existían y comíamos! La primera cuestión es: ¿qué es la comida? Lo que nutre nuestro cuerpo. ¿Quién la proporciona? En primer lugar, la tierra, porque la industria se concentra en los productos químicos y en los ‘inputs’, pero se han olvidado del suelo y las plantas. Un complejo de 10.000 plantas diferentes es lo que produce la comida. La naturaleza. Las mujeres también nos alimentan. Los agricultores nos alimentan”.
Vandana Shiva, física, filósofa y escritora india. Activista en favor del ecofeminismo (en El Confidencial).
Es indiscutible que la producción de alimentos es una de las actividades centrales en toda sociedad. En base a ella no sólo se sostiene la vida sino que se transmiten saberes de generación en generación sobre cómo y cuándo cultivar, cómo cuidar las semillas y el suelo -tesoros invaluables de la humanidad-, etc. Además, es con esas cosechas que se cimenta la salud misma de las personas.
A lo largo de la historia, esta labor estuvo a cargo de los pequeños agricultores quienes producían en pequeñas y medianas parcelas. Hasta que, en un pasado muy reciente, los grandes poderes económicos comenzaron a ver con buenos ojos a esta área productiva porque entendieron que, si tomaban el control, podrían ampliar sus ganancias aún más.
Así fue que, con la excusa de abastecer a una población mundial en crecimiento y pregonando que ponían a la ciencia al servicio de esta misión, comenzaron a vender su “revolución verde” al campo.
Herbicidas para combatir “malezas”; insecticidas para extinguir plagas y fungicidas para hacer lo propio con los hongos fueron promocionados como los mejores aliados para facilitar el cultivo y ampliar el rendimiento por hectárea (“rinde”).
De a poco, el paquete tecnológico de agroquímicos y semillas transgénicas se impuso como la forma dominante de hacer agricultura desplazando a la forma tradicional. Sin embargo, lejos de ser la panacea que prometía, lo que trajo fue un costo ambiental muy alto que estamos pagando desde entonces.
Agroquímicos: un modelo que sólo beneficia a unos pocos
La primera sospecha de que los agroquímicos no son tan buenos como dicen debería haberse levantado al saber que está prohibido su uso en la mayoría de las naciones donde las compañías que los comercializan tienen su casa matriz.
Es decir, en los países desarrollados no está permitido su uso agrícola pero todavía se utilizan en los países en desarrollo, según reconoce la Organización Mundial de la Salud.
Por caso, en Sudamérica persisten las aplicaciones en cualquier momento del día y bajo cualquier condición climática, sin importar el uso de recursos hídricos ni las distancias mínimas con hogares y escuelas.
Sólo por tomar un ejemplo, cuatro de los diez productos más usados en Brasil no pueden comercializarse en el continente europeo.
Por eso no extraña saber que mientras en Europa se usaron 468 mil toneladas de productos sintéticos en 2020 (una reducción del 0,2% respecto a 1999), en nuestra región fueron 770 mil, un incremento del 119%. (Datos Dialogue Earth)
El hecho de que no estén permitidos tiene que ver con que la mayoría de estos agroquímicos “deterioran la salud humana, la biodiversidad, el agua y el suelo”, según denuncia el Atlas de Pesticidas de 2022 publicado por Amigos de la Tierra de las sedes Europa y Alemania.
A esto hay que sumar que el avance de este tipo de agricultura extensiva lleva a que en los campos haya cada vez menos diversidad, menos vida, menos agricultores, menos tierras cultivables y menos familias.
Cuáles son los agroquímicos más vendidos y cuáles son sus efectos en la salud
Entre los agroquímicos más vendidos podemos mencionar:
La Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió en 2015 que podría causar cáncer. Incluso, la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) lo categorizó dentro del Grupo 2A- Probablemente cancerígeno para los seres humanos.
Altamente tóxico en humanos.
Disruptor hormonal.
Tóxicos para las abejas.
Su uso no es inocuo, como se suele decir. Muy por el contrario, los primeros afectados son quienes trabajan con estos pesticidas y quienes habitan en la cercanía de los campos donde se los aplica.
La cifra es enorme: 385 millones de personas del área de la agricultura enferman cada año de intoxicación aguda por pesticidas, según un reciente estudio científico publicado en la revista Public Health.
Esto se siente más en Asia, África y en América Latina (donde los casos ascienden a 12,3 millones aprox). En Europa, un número significativamente menor de personas sufre intoxicación aguda por plaguicidas en la agricultura (1,6 millones en Europa occidental y meridional).
Si una persona queda expuesto a estas sustancias, los síntomas más leves son erupciones y ardor en los ojos, fatiga, dolores de cabeza y corporales, según datos de Dialogue Earth.
“Cuando una persona entra en contacto con grandes cantidades de plaguicidas, el resultado puede ser una intoxicación aguda o efectos a largo plazo en la salud que pueden incluir cáncer y efectos adversos sobre la reproducción”, admite la propia OMS.
Los humanos no son los únicos perjudicados porque los ingredientes activos suelen derramarse en el suelo, el agua (algunos de los plaguicidas más antiguos y menos costosos pueden permanecer durante años) y trasladarse por el aire, también llegan a las comidas.
Por último, hay que entender que los desequilibrios en el avance de los monocultivos y de esta forma de producir dependiente de los agroquímicos también lleva a que surjan nuevas complicaciones, como pestes e insectos resistentes a herbicidas, lo que a su vez genera la necesidad de nuevas generaciones de semillas y un uso más intensivo de pesticidas. En conclusión, es un círculo vicioso en el que cada vez se usa más veneno.
Al mismo tiempo, aves, anfibios, mariposas, abejas y otros polinizadores cruciales de los ecosistemas sufren las consecuencias de esta realidad.
Ante esto, no se trata de eliminar por completo la producción a gran escala sino de limitar la capacidad de daño de los pesticidas, reforzando acciones de vigilancia y control, es solo una parte de la solución. Por otro lado, es tiempo de apostar por un modelo más sostenible, entre los que la agroecología asoma como una opción prometedora.