Guardianas de los bosques, el agua, la tierra, las plantas, los animales, las comunidades y sus saberes ancestrales, las mujeres indígenas protagonizan actualmente la defensa del medio ambiente frente a modelos de desarrollo basados en la explotación del planeta, la violencia y el despojo. A propósito del Día Internacional de la Mujer Indígena, que se conmemora este 5 de septiembre, es vital destacar y reconocer a quienes históricamente han sido las principales cuidadoras del planeta y que, paradójicamente, ahora resisten los peores embates que está dejando el cambio climático. 

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La mujer indígena y la naturaleza, una historia milenaria 

Las comunidades indígenas han desarrollado desde tiempos ancestrales una perspectiva sobre la naturaleza y sus recursos que está íntimamente vinculada con el desarrollo de su cultura y que reconoce una interdependencia entre la humanidad y el resto de las especies que habitan el planeta.

Por ejemplo, los territorios de la población indígena son, además del espacio físico que habitan, lugares en los que reproducen sus símbolos, sus tradiciones y su cultura. La transformación o ausencia de algún elemento físico dentro de lo que constituye su territorio implica, por lo tanto, una afectación no sólo en sus dinámicas económicas sino sobre todo en su forma de entender la vida. 

Esta visión ha hecho que las comunidades desarrollen desde la antigüedad modelos de producción y aprovechamiento de los bienes naturales desde una lógica de respeto y sustentabilidad, a fin de evitar su agotamiento. 

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No obstante, al ser quienes pasan más parte del tiempo al cuidado de los hogares, las familias, las plantas y los animales (esto especialmente por la migración y la división sexual del trabajo), la mujer indígena en particular ha desarrollado mayor interrelación con el medio ambiente, lo que ha derivado en, por ejemplo, que desarrolle conocimientos especializados en medicina tradicional, seguridad alimentaria y nutrición, agricultura sustentable, seguridad comunitaria, entre otros. 

Este trabajo milenario de cuidado que han hecho principalmente las mujeres indígenas ha tenido como resultado la preservación de ecosistemas megadiversos como selvas, bosques, desiertos, montañas, costas y otros.

Sin embargo, bajo el modelo económico que impera a nivel global, actualmente estos ecosistemas están fuertemente amenazados y degradados por las grandes corporaciones y sus prácticas de sobreexplotación. 

Desde la industria armamentista hasta la producción a gran escala de alimentos, textiles y tecnología, las empresas están agotando y contaminando las aguas, los suelos y afectando a las especies.

 Ya sea a través de desechos químicos, la deforestación, la cacería, el cultivo de transgénicos, la tala ilegal u otros, los proyectos extractivos están propiciando no sólo el desplazamiento forzado de las comunidades indígenas sino también la violencia contra quienes defienden el medioambiente y la sobrevivencia, incluso, de las culturas ancestrales. 

Paradójicamente, los altos costos contaminantes que pasan al planeta estas corporaciones (en alianza con los gobiernos) a través de los Gases de Efecto Invernadero, se resienten más en los lugares que habitan los pueblos indígenas, cuya población además —en especial las mujeres— mantienen los índices más bajos en acceso a la educación, la salud o el trabajo. 

Frente a ello, las mujeres indígenas han conseguido organizarse y actualmente dirigen o participan en colectivos, organizaciones civiles o movimientos amplios en defensa del medio ambiente. 

Por ejemplo, en el pueblo de Cherán, en la meseta purépecha de Michoacán, de 2006 a 2012 fueron deforestadas de manera ilegal 9 mil 69 hectáreas de bosque, lo que equivale a 71 por ciento de la superficie vegetal que había en 2006. En 2011, luego del asesinato y desaparición de sus esposos, las mujeres del pueblo impulsaron una autodefensa y un autogobierno para frenar la violencia y evitar la tala clandestina, orquestada principalmente por el crimen organizado que opera en la región.

En otro ejemplo, en noviembre de 2018, un grupo de 30 mujeres de Indonesia afectadas por las plantaciones de aceite de palma de la empresa OLAM International, enviaron una carta a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para alertar que esta industria amenazaba su seguridad alimentaria y nutricional, así como sus ritos sagrados. 

En prácticamente todo el mundo, las mujeres indígenas han dado ejemplo de resistencia y organización frente a los proyectos extractivos y de despojo, lo que, en algunos casos, les ha costado incluso la vida. 

Por ejemplo, Eulodia Lilia Díaz Ortíz -integrante del Consejo Indígena del Trueque- fue asesinada el pasado 25 de marzo de 2019 en el patio de su casa, en el municipio de Santiago Tianguistenco, en el Estado de México, tras organizar y defender por más de una década su tradición y derecho indígena al trueque.

En 2016, Berta Isabel Cáceres Flores, líder indígena lenca, ​feminista y activista del medio ambiente hondureña, fue asesinada por oponerse al desarrollo de megaproyectos en su territorio. 

La lista de mujeres indígenas asesinadas en México y el mundo es larga y se actualiza cada año; sin embargo, la organización de las mujeres indígenas también sigue creciendo a través de encuentros, foros, movimientos y redes internacionales, cuyo fin es intercambiarprácticas, fortalecerse entre ellas y demostrar que, aún frente al contexto de discriminación y violencia que padecen, la protección y el cuidado del planeta es un frente crucial para mantener con vida sus culturas, su ancestralidad y sus saberes. 

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