En las últimas décadas, uno de los ejemplos más claros de cómo la selva y el mar en la Riviera Maya han sido usados como mercancía es Calica (Calizas Industriales del Carmen). Se trata de una empresa filial de Vulcan Materials, con sede en Estados Unidos, que desde los años ochenta ha explotado piedra caliza en Playa del Carmen para exportarla principalmente al extranjero. El resultado: enormes cráteres en la selva, daños al acuífero y una cicatriz abierta en una de las regiones más biodiversas de México.

Vista aérea de una mina en Yucatán.
Vista aérea de la mina sascabera Kuchel, Samahil, Yucatán. © Greenpeace / Prometeo Lucero

Con este contexto, la reciente declaración de la presidenta Claudia Sheinbaum resulta clave: reconoció que seguir explotando la mina de Calica no es opción, lo cual podría parecer un avance. Sin embargo, abrió la puerta a un “desarrollo turístico de bajo impacto” que permitiría a la empresa Vulcan Materials seguir usufructuando la tierra que hace casi un año fue declarada como Área Natural Protegida por el gobierno de AMLO.

En lugar de avanzar hacia una restauración ecológica real, se plantea que todo quede “dentro del plan de manejo del ANP”, sin criterios claros de conservación ni presupuestos de restauración. El riesgo es enorme: el “turismo de bajo impacto” se ha convertido en una etiqueta usada para disfrazar megaproyectos que terminan devastando ecosistemas. Basta mirar los casos de Xcaret, Bacalar o los hoteles “ecológicos” en Tulum.

Dos activistas de Greenpeace bloquean camiones con una manta que dice "Destrucción a toda costa", en una obra ilegal de un desarrollo inmobiliario costero.
Activistas de Greenpeace bloquean camiones en una obra ilegal de un desarrollo inmobiliario costero. © Greenpeace / Alex Hofford

Permitir que una empresa que devastó durante décadas siga explotando el predio con otro giro económico normaliza la impunidad corporativa: se sigue destruyendo la selva, en lugar de reparar los daños. La sorpresiva propuesta parece responder más a evitar un conflicto mayor derivado de un litigio internacional, que a una visión de justicia ambiental y restauración.

La cantera de Calica es hoy un cráter abierto que destruyó selva y acuífero en una zona clave de la Riviera Maya. Cualquier desarrollo turístico en este sitio implica nuevas presiones: urbanización, carreteras, infraestructura, hoteles demandando agua y generando descargas al acuífero y al mar.

Vista aérea de la extracción minera en la mina sascab en San Francisco Paa Mul, Solidaridad, Quintana Roo.
¡Defendamos la Selva Maya!

Calica ya destruyó. No dejemos que el “turismo de bajo impacto” disfrace el saqueo.

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Las posibles afectaciones están a la vista: las comunidades locales perderían la oportunidad de recuperar ese espacio como un bien común restaurado, mientras que la selva y el arrecife seguirán bajo la presión de un modelo extractivo disfrazado de turístico.

Lo que de verdad se necesita es un caso ejemplar de restauración ecológica obligatoria de todo el predio de Calica, con responsabilidad de la empresa, supervisión del Estado y participación comunitaria. Habría que priorizar la regeneración de la selva y el acuífero, e impulsar un modelo alternativo de uso comunitario y educativo para fines de investigación y conservación.

Activista de Greenpeace México sostiene una manta en la que se lee "SEMARNAT ¡No más calicas en la Selva Maya!"
Greenpeace arroja material pétreo frente a SEMARNAT y exige: ¡No más Calicas en la Selva Maya! © Gustavo Graf / Greenpeace

Ningún proyecto turístico disfrazado de “bajo impacto” debe imponerse sin consulta libre, previa e informada a las comunidades mayas y a la ciudadanía local.

El llamado “turismo de bajo impacto” es el nuevo disfraz del saqueo. Pasar de cantera a hotel no es transición: es cambiar de traje a la misma destrucción. Desde la campaña México al Grito de ¡Selva! exigimos que Calica sea un ejemplo de justicia ambiental y restauración, no otro capítulo del turismo depredador.