• La lucha por la independencia continúa

En septiembre, las plazas se llenan de banderas, los balcones ondean con orgullo y en cada rincón del país se escuchan los gritos de “¡Viva México!”. Celebramos la independencia como el momento en que nuestra nación decidió levantarse, reclamar su libertad y su derecho a existir. Pero este año, mientras gritamos con el corazón, es imposible ignorar que otra batalla por la independencia se está librando en lo profundo del sureste mexicano: la batalla por la Selva Maya.

La Selva Maya es el pulmón verde de México, el segundo macizo selvático más grande de América, después del Amazonas. Es el hogar del majestuoso jaguar, de aves que tiñen el cielo de colores, de árboles que han resistido siglos y de pueblos originarios que han cuidado estas tierras generación tras generación. Es también una pieza clave en nuestra identidad y en la supervivencia de todo el país: el agua que bebemos, el aire que respiramos, el clima que nos da vida, todo depende de que esta selva siga en pie.

Pero hoy, la Selva Maya está en riesgo como nunca antes. Cada año, miles de hectáreas desaparecen bajo el avance de megaproyectos turísticos, ganaderos, inmobiliarios, agroindustriales y ferroviarios. La deforestación no solo destruye árboles, también fragmenta comunidades, envenena el agua y arranca de raíz culturas que han florecido aquí desde hace milenios. Lugares que alguna vez fueron sagrados ahora se convierten en mercancías, privatizados y reducidos a la lógica del dinero.

Mientras algunos celebran un supuesto “desarrollo” en la región, el costo real lo pagan las personas y la naturaleza. El agua potable de comunidades mayas está contaminada con heces porcinas por las mega granjas que operan sin control. Las playas, que deberían ser patrimonio de todas y todos, se están cerrando tras bardas y hoteles de lujo que en numerosos casos pertenecen a corporaciones transnacionales. Y especies como el jaguar, el tapir, el pavo ocelado, entre muchas otras, ven su hábitat reducido a pequeños fragmentos donde su supervivencia es cada vez más difícil.

La independencia no se consumó hace 214 años. Hoy sigue siendo una lucha viva frente a megaproyectos neocolonialistas. Esta batalla se libra en los campos de Yucatán, en los manglares y playas de Quintana Roo, en las comunidades de Campeche. Las y los defensores ambientales que arriesgan su vida por proteger la selva son los nuevos insurgentes de nuestro tiempo. Su causa es la libertad de la naturaleza y de los pueblos, frente a la opresión de intereses corporativos y gubernamentales que ven la selva solo como un botín.

El futuro de México depende de esta selva. Sin ella, los huracanes serán más destructivos, el cambio climático más imparable y el agua más escasa. Sin ella, perdemos no solo biodiversidad, sino parte de nuestra alma como nación.

Por eso, en este mes patrio, hagamos que nuestro grito también sea por la Selva Maya. Que cuando levantemos la voz, no solo sea para recordar a quienes nos dieron patria, sino para proteger el territorio que sostiene esa patria hoy. Que nuestras banderas verdes, blancas y rojas se mezclen con el verde profundo de la selva, recordándonos que la libertad también se defiende con raíces y con ramas que dan sustento a la vida.

Desde Greenpeace México exigimos que el gobierno de México y de los estados de la península de Yucatán detengan la deforestación y se comprometan a proteger íntegramente este tesoro natural. Esto significa:

  • Frenar los megaproyectos que destruyen la selva, como la expansión del Tren Maya y sus macroterminales de carga.
  • Detener la operación ilegal de mega granjas que contaminan el agua y ponen en riesgo la salud de miles de personas.
  • Recuperar el acceso a nuestras playas y espacios públicos, que son derechos colectivos, no privilegios privados.
  • Crear un gran acuerdo nacional que proteja la selva de la península de Yucatán y su agua para las generaciones presentes y futuras.

Este 15 de septiembre, gritemos por la Selva Maya. Cuando suenen las campanas del Grito, piensa en el rugido del jaguar, en el murmullo de los cenotes, en el viento que recorre las copas de los árboles. Ellos no tienen voz en los discursos oficiales, pero sí la tienen en nuestras acciones. Porque un México sin selva no es libre, y nuestra verdadera independencia será protegerla. Por eso decimos:

¡Viva México! México al grito de ¡Selva!