Cuando me uní como voluntaria de Greenpeace, me puse dos objetivos: navegar en uno de los barcos y ser activista, pero NUNCA ni en mis sueños mas locos, imagine que algún día estaría en la Antártida, y mucho menos la cantidad de fauna que encontraríamos. 

Samantha Rodriguez on MY Esperanza in North Atlantic. © Kajsa Sjölander / Greenpeace
Samantha, voluntaria mexicana en el barco Esperanza © Kajsa Sjölander / Greenpeace

Las Orcas junto con los tiburones siempre han sido mis animales marinos favoritos, en ambos casos me parece que son mal entendidos y todo es por culpa de los humanos, en el caso de los tiburones gracias a aquella vieja película de Hollywood donde nos venden la idea un animal que ataca a los humanos por diversión y no por alimentarse (cabe mencionar que los humanos son los únicos seres así de agresivos).

En el caso de las Orcas comenzamos a llamarlas “ballenas asesinas” sólo porque se alimentan de otros mamíferos y no de Kril o pescado, después  están la películas como “Liberen a Willy” que logro el millonario negocio de mantenerlas en cautiverio para nuestra diversión y que generó videos donde las vemos atacando a sus entrenadores, así que para mi esa mala fama es culpa de nosotros.

Cuando me invitaron a embarcar en el Arctic Sunrise para ser parte del tramo final de la campaña de Polo a Polo, sin pensarlo dije sí, pues esas oportunidades son únicas en la vida. Ya cuando me encontraba volando de México a Ciudad del Cabo para unirme a la tripulación, una de las cosas que pensé fue: “Lo que más me gustaría ver ahí son Orcas”.

Firma por la Antártida

Un día nos encontrábamos hablando sobre lo que haríamos en Ushuaia cuando el viaje terminara, habíamos pasado cuatro  semanas viendo ballenas jorobadas todos los días y haciendo fotos para su identificación, vimos delfines y un montón de pingüinos de diferentes especies pero aún no veíamos Orcas. 

Una tarde después del descanso de las 15:30 en el taller del contramaestre, mientras buscaba las herramientas para continuar mi proyecto de reparación de cuerdas, Sol (voluntaria de argentina y gran amiga) llego con media respiración y me dijo “Orcas”. Salí corriendo al puente por los binoculares, ahí estaban, al menos 15 bellas orcas saltando en las olas una al lado de la otra a  las afueras de Bahía Paraíso, la emoción por el espectáculo que presenciamos lo podíamos sentir a flor de piel, con las montañas nevadas de frente y las ballenas saltando entre las olas, casi parecía que se divertían con nuestros gritos de emoción pues entre más nos emocionábamos saltaban más alto.

Orcas debajo del mar
Orcas debajo del mar © Robert Marc Lehmann / Greenpeace

Unos días después de eso llegamos a bahía Esperanza con la noticia de que la temperatura ese día era de 18.3ºC, en la Antártida era como un día  de primavera en Ciudad de México, y pensé en esa familia de Orcas que cada vez se irán enfrentando a temperaturas como esta o superiores y quizá en algún punto no tengan nada más por cazar, y es justo ese pensamiento el que me llevó a contar esta historia para pedirte a ti que estás leyendo esto, nos ayudes a alcanzar nuestra meta de proteger el 30% de los océanos a nivel global para el 2030. ¡Es momento de actuar juntos por la biodiversidad y la vida del planeta! Firma la petición.